"La última vez que vi a Gergiev, en Salzburgo, llevaba unos pelos largos y una barba de varios días; ahora, tiene los ralos cabellos bien cortados y se rasura, pero sigue siendo, a la hora de dirigir la orquesta, un poseído que va siempre más allá de la partitura, un ser conectado con las profundidades inquietantes del abismo humano, capaz de convertir un concierto o una ópera en una ceremonia genial y aterradora. Alguien que lo conoce me aseguró que el resto del día es una persona normalísima, a la que le gusta engullirse, en los dos restaurantes que posee en San Petersburgo unos salmones blancos de chuparse los dedos."
Mario Vargas Llosa, La casa de Dostoievski, nota publicada en La Nación.
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