07 noviembre 2017

Política

Efectivamente, la política no es en principio el ejercicio del poder y la lucha por el poder. Es ante todo la configuración de un espacio específico, la circunscripción de una esfera particular de experiencia, de objetos planteados como comunes y que responden a una decisión común, de sujetos considerados capaces de designar a esos objetos y de argumentar sobre ellos. He tratado en otro lugar de mostrar cómo la política era el conflicto mismo sobre la existencia de este espacio, sobre la designación de objetos que compartían algo común y de sujetos con una capacidad de lenguaje común.
El hombre, dice Aristóteles, es político porque posee el lenguaje que pone en común lo justo y lo injusto, mientras que el animal solo tiene el grito para   expresar placer o sufrimiento. Toda la cuestión reside entonces en saber quien   posee el lenguaje y quién solamente el grito. El rechazo a considerar a   determinadas categorías de personas como individuos políticos ha tenido que   ver siempre con la negativa a escuchar los sonidos que salían de sus bocas   como algo inteligible. O bien con la constatación de su imposibilidad material   para ocupar el espacio-tiempo de los asuntos políticos. Los artesanos, dice   Platón, no tienen tiempo para estar en otro lugar más que en su trabajo. Ese "en otro lugar" en el que no pueden estar es, por supuesto, la asamblea del   pueblo. La «falta de tiempo» es de hecho la prohibición natural, inscrita incluso   en las formas de la experiencia sensible.  
La política sobreviene cuando aquellos que «no tienen» tiempo se toman ese   tiempo necesario para erigirse en habitantes de un espacio común y para   demostrar que su boca emite perfectamente un lenguaje que habla de cosas   comunes y no solamente un grito que denota sufrimiento.
[...]
La política consiste en   reconfigurar la división de lo sensible, en introducir sujetos y objetos nuevos, en   hacer visible aquello que no lo era, en escuchar como a seres dotados de la   palabra a aquellos que no eran considerados más que como animales   ruidosos. Este proceso de creación de disensos constituye una estética de la   política que no tiene nada que ver con las formas de puesta en escena del   poder y de la movilización de las masas designados por Walter Benjamin como   «estatización de la política».

Jacques Rancière, Políticas estéticas.

01 noviembre 2017

Se confundía el género con la élite



Que cada cual reflexione como quiera, con tal 
de que reflexione: en la Europa de hoy, aturdida por los golpes
que recibe, en Francia, en Bélgica, en Inglaterra, la menor
distracción del pensamiento es una complicidad criminal con
el colonialismo. Este libro no necesitaba un prefacio. Sobre
todo, porque no se dirige a nosotros. Lo escribí, sin embargo,
para llevar la dialéctica hasta sus últimas consecuencias:
también a nosotros, los europeos, nos están descolonizando; es
decir, están extirpando en una sangrienta operación al colono
que vive en cada uno de nosotros. Debemos volver la mirada
hacia nosotros mismos, si tenemos el valor de hacerlo, para
ver qué hay en nosotros. Primero hay que afrontar un
espectáculo inesperado: el striptease de nuestro humanismo.
Helo aquí desnudo y nada hermoso: no era sino una ideología
mentirosa, la exquisita justificación del pillaje; sus ternuras y
su preciosismo justificaban nuestras agresiones. ¡Qué bello
predicar la no violencia!: ¡Ni víctimas ni verdugos! ¡Vamos!
Si no son ustedes víctimas, cuando el gobierno que han
aceptado en un plebiscito, cuando el ejército en que han
servido sus hermanos menores, sin vacilación ni
remordimiento, han emprendido un "genocidio",
indudablemente son verdugos. Y si prefieren ser víctimas,
arriesgarse a uno o dos días de cárcel, simplemente optan por 
retirar su carta del juego. No pueden retirarla: tiene que 
permanecer allí hasta el final. Compréndanlo de una vez: si la 
violencia acaba de empezar, si la explotación y la opresión no 
han existido jamás sobre la Tierra, quizá la pregonada "no 
violencia" podría poner fin a la querella. Pero si el régimen 
todo y hasta sus ideas sobre la no violencia están 
condicionados por una opresión milenaria, su pasividad no 
sirve sino para alinearlos del lado de los opresores. 
Ustedes saben bien que somos explotadores. Saben que 
nos apoderamos del oro y los metales y el petróleo de los 
"continentes nuevos" para traerlos a las viejas metrópolis. No 
sin excelentes resultados: palacios, catedrales, capitales 
industriales; y cuando amenazaba la crisis, ahí estaban los 
mercados coloniales para amortiguarla o desviarla. Europa, 
cargada de riquezas, otorgó de jure la humanidad a todos sus 
habitantes: un hombre, entre nosotros, quiere decir un 
cómplice puesto que todos nos hemos beneficiado con la 
explotación colonial. Ese continente gordo y lívido acaba por 
caer en lo que Fanon llama justamente el "narcisismo". 
Cocteau se irritaba con París, "esa ciudad que habla todo el 
tiempo de sí misma". ¿Y qué otra cosa hace Europa? ¿Y ese 
monstruo supereuropeo, la América del Norte? Palabras: 
libertad, igualdad, fraternidad, amor, honor, patria. ¿Qué se 
yo? Esto no nos impedía pronunciar al mismo tiempo frases 
racistas, cochino negro, cochino judío, cochino ratón. Los 
buenos espíritus, liberales y tiernos —los neocolonialistas, en 
una palabra— pretendían sentirse asqueados por esa 
inconsecuencia; error o mala fe: nada más consecuente, entre 
nosotros, que un humanismo racista, puesto que el europeo no 
ha podido hacerse hombre sino fabricando esclavos y 
monstruos. Mientras existió la condición de indígena, la 
impostura no se descubrió; se encontraba en el género humano 
una abstracta formulación de universalidad que servía para 
encubrir prácticas más realistas: había, del otro lado del mar, 
una raza de subhombres que, gracias a nosotros, en mil años 
quizá, alcanzarían nuestra condición. En resumen, se 
confundía el género con la élite. Actualmente el indígena 
revela su verdad; de un golpe, nuestro club tan cerrado revela 
su debilidad: no era ni más ni menos que una minoría. Lo que 
es peor: puesto que los otros se hacen hombres en contra 
nuestra, se demuestra que somos los enemigos del género 
humano; la élite descubre su verdadera naturaleza: la de una 
pandilla. Nuestros caros valores pierden sus alas; si los 
contemplamos de cerca, no encontraremos uno solo que no 
esté manchado de sangre. Si necesitan ustedes un ejemplo, 
recuerden las grandes frases: ¡cuan generosa es Francia! 
¿Generosos nosotros? ¿Y Setif? ¿Y esos ocho años de guerra 
feroz que han costado la vida a más de un millón de argelinos? 
Y la tortura. Pero comprendan que no se nos reprocha haber 
traicionado una misión: simplemente porque no teníamos 
ninguna. Es la generosidad misma la que se pone en duda; esa 
hermosa palabra cantarina no tiene más que un sentido: 
condición otorgada. Para los hombres de enfrente, nuevos y 
liberados, nadie tiene el poder ni el privilegio de dar nada a 
nadie. Cada uno tiene todos los derechos. 
[…]
No es bueno, compatriotas, ustedes que conocen todos los crímenes 
cometidos en nuestro nombre, no es realmente bueno que no 
digan a nadie una sola palabra, ni siquiera a su propia alma, 
por miedo a tener que juzgarse a sí mismos.


Jean-Paul Sartre, prólogo a Frantz Fanon, Los condenados de la tierra.

09 octubre 2017

Clase media y Cine

“La clase media, especialmente desde que la «nueva burguesía», con su ejército de «empleados», funcionarios civiles menores y empleados privados, viajantes de comercio y dependientes de tienda, ha llegado a existir, se ha acomodado «entre las clases» y siempre ha sido utilizada para llenar los vacíos entre ellas. Siempre se ha sentido amenazada desde arriba y desde abajo, pero ha preferido abandonar sus verdaderos intereses antes que sus esperanzas y supuestas perspectivas. Ha pedido ser considerada como parte de la alta burguesía, aunque en realidad ha compartido el destino de la clase inferior. Pero sin una posición social delimitada y clara no es posible una conciencia consecuente y una visión coherente de la vida, y el productor cinematográfico ha tenido la habilidad de confiarse con toda seguridad a la desorientación de estos elementos desarraigados de la sociedad. La actitud pequeñoburguesa ante la vida se tipifica por un optimismo sin ideas y sin críticas. Cree que en último término no tienen importancia las diferencias sociales y, de acuerdo con esto, necesita ver películas en las que la gente pase, sencillamente, de un estrato social a otro. A esta clase media el cine le proporciona el cumplimiento del romanticismo social que la vida nunca comprueba y que las bibliotecas jamás realizan de manera tan seductora como el cine con su ilusionismo. «Cada uno es el arquitecto de su propia fortuna», tal es su suprema creencia, y la ascensión es el motivo básico de las fantasías del deseo que la atraen al cine. Will Hays, el que fue antaño «zar del cine», estaba bien seguro de esto cuando incluyó en sus orientaciones para la industria estadounidense de cine la consigna de «mostrar la vida de las clases superiores».”


Pasaje de: Hauser, Arnold. “Historia Social de la literatura y del arte.”

27 septiembre 2017

Castigo

CAÍN: ¿Y la condena?
TATITA: Destierro, Caín... Vas a andar sin detenerte y no te alcanzará la tierra. Tanto te gusta medir: medirás el mundo en pasos, en pies. Y te afincarás en una tierra un día y harás piedra sobre piedra tu ciudad amurallada, cagueta. Cascote sobre cascote. Encerrada. Y juntarás capitalito y por guardarlo harás los muros más altos todavía. Y fundarás bienes raíces pero vivirás desarraigado, temblando cada día de pensar en perderlo. Lo tuyo Caín, será el temblor. Y por ganar más perderás el sueño. Y si volvieras a encontrarlo tomarás capitalito por la nariz para alejarlo de nuevo y seguir juntando. Y cuando consumido, agotado, de rodillas quieras descansar, te vendrá a visitar el horror. Porque cuando no sumes ni restes ni dividas ni multipliques empezarás a pensar. Y con tal de no pensar preferirás no descansar nunca. Pero nunca. Serás el gran constructor de ciudades. Pero apenas aquerencies en una dejarás a los tuyos y buscarás edificar otra. Y otra.
[...]
TATITA: Amarás más a los inmuebles que a los hombres. Y llevarás adentro el peor de los castigos que alguien puede llevar. Pero el peor de todos: no querrás que te vaya mejor. Querrás que a los otros les vaya peor.


Mauricio Kartun, Terrenal. Pequeño misterio ácrata.
Atuel. Buenos Aires. 2014.

26 septiembre 2017

La tierra

El conquistador, que impuso esa norma de odio, codiciando aquí lo que había despreciado allá, se proclamó señor de la tierra, del hombre y de las cosas, a pesar de que no llegó a poseerlos ni a estimarlos más que como riqueza portátil. Porque el ansia de sumar extensión era justamente lo opuesto que se pueda imaginar al deseo de quedarse. La captura del ganado, el acopio de los productos, exigía otros métodos que la extracción del oro en las minas. Puesto que el indio los poseía, los rodeos y manadas eran tesoros y, arrebatárselos, una empresa de mayor mérito que cuidarlos y criarlos.  
En el campo, rodeando ganado, combatiendo al indígena, se forma un consorcio involuntario con ellos, se termina operando en función de ellos. En esta tierra el señor quedó abortado en el ganadero; no hubo en adelante señores, sino hombres ricos, y toda la tierra valdría por el animal. Así el medio físico triunfó de la ambición y la obligó a conformarse con lo que él quiso: cereal y ganado. Y aun le impuso terribles condiciones: el espíritu errátil, el afán de acumular, la vergüenza de la pobreza, la disolución del hogar, la imposibilidad de la cultura basada en el simple respeto y la vaciedad del amor.  
Significaba al mismo tiempo la victoria de la tierra vencida, en la vindicta de los hijos naturales encarnando la realidad preterida sobre el hombre triunfante. Fue la primera de las luchas victoriosas de América, del desierto, y el primer paso en la decadencia del hombre humillado bajo la apariencia del triunfo, en los preliminares encuentros con ella. Se daban la carne, el maíz y el trigo: el alimento, es decir, lo que apenas significaba algo en la vida civilizada; se obligaba al hijo de Europa y del siglo XVI en adelante, a someterse a la industria del primitivo; se le hacía retrogradar a la caverna para que pagara con el envilecimiento la fortuna. Los más dóciles a la deformación prevalecían; los que más se sometieron tenían razón. Vinieron a ser máquina, herramienta del ganado y del cereal; se convirtieron en pastores y en matarifes que iban a proveer de sustento al europeo, del que se habían apartado millas de siglos.  
A la conquista del territorio para la Corona siguió el otro absurdo de la conquista del alimento para el ausente y, al fin, este otro que es el tercer aspecto, el actual, igualmente lógico: la conquista de la riqueza para el capital extranjero en el ferrocarril, el frigorífico y el trust cerealista. Fueron términos en que se planteó la lucha y que decidiría la suerte de estas comarcas para muchos años; una pugna estupenda como quizá no hay otra en la historia: la tierra que conquista al conquistador, lo vence y lo obliga a que se convierta en servidor de todo aquello que le repugna profundamente. 



Ezequiel Martinez Estrada, Radiografía de La Pampa. Interzona, Buenos Aires, 2017.

24 septiembre 2017

Democracia y política

El conflicto político, en suma, designa la tensión entre el cuer-
po social estructurado, en el que cada parte tiene su sitio, y la
"parte sin parte", que desajusta ese orden en nombre de un
vacío principio de universalidad, de aquello que Balibar llama
la égaliberté, el principio de que todos los hombres son igua-
les en cuanto seres dotados de palabra. La verdadera política,
por tanto, trae siempre consigo una suerte de cortocircuito
entre el Universal y el Particular: la paradoja de un singulier
universel, de un singular que aparece ocupando el Universal y
desestabilizando el orden operativo "natural" de las relaciones
en el cuerpo social. Esta identificación de la no-parte con el
Todo, de la parte de la sociedad sin un verdadero lugar (o que
rechaza la subordinación que le ha sido asignada), con el
Universal, es el ademán elemental de la politización, que rea-
parece en todos los grandes acontecimientos democráticos,
desde la Revolución francesa (cuando el Tercer Estado se pro-
clamó idéntico a la nación, frente a la aristocracia y el clero),
hasta la caída del socialismo europeo (cuando los "foros" disi-
dentes se proclamaron representantes de toda la sociedad,
frente a la nomenklatura del partido). En este sentido, "políti-
ca" y "democracia" son sinónimos: el objetivo principal de la
política antidemocrática es y siempre ha sido, por definición,
la despolitización, es decir, la exigencia innegociable de que
las cosas "vuelvan a la normalidad", que cada cual ocupe su
lugar...

Slavoj Zizek - En defensa de la intolerancia. Sequitur, Madrid, 2008.

27 julio 2017

Populismo o barbarie

Por Jorge Alemán*

(para La Tecl@ Eñe)




Son muchos los que sostienen que el término Populismo es inasumible para la izquierda. Para algunos "desnaturaliza" la centralidad de la lucha de clases, para otros es un escamoteo del verdadero proceso revolucionario, y finalmente, para una gran mayoría se ha perdido la batalla cultural y es una palabra maldita de la que nadie ya se puede apropiar. En todo caso siempre nos da señales importantes su uso negativo y con fines de imputación policial. Sea Vargas Llosa, Bernard-Henri Lévy o Duran Barba, cuando la emplean no sólo es un insulto sino una clara apelación en contra del uso público de la razón postulado por Kant y reformado por Freud, Lacan y Laclau.

Empeñado como estoy en que solo existe "el populismo de izquierda" por razones que argumente en otros sitios, el populismo es la metáfora del socialismo por inventar. Son los "coachs" neoliberales los que intentan promover la idea que definitivamente insulta a la razón y promueve la barbarie: que el tipo de ser humano ideal es el que se concibe a sí mismo como un autoemprendedor que debe valorizarse como capital humano ilimitadamente, mientras los otros son pobres seres subalternos, plebeyos, que gozan de su propia pobreza y que quieren perpetuarla por su "populismo". Esta posición no sólo es reaccionaria, aunque se disfrace de contemporánea, sino que de últimas apunta al fin y destrucción de la especie humana. Se me suele objetar que esta sería la cultura hegemónica del neoliberalismo.

No lo veo así, el Neoliberalismo es un Poder que dispone de un gran imaginario cultural munido de un arsenal de objetos de goce pero no es una hegemonía construida desde el sujeto singular. Es el gran problema del populismo de izquierda. Precisamente porque es racional, a diferencia de los infinitos argumentos que apelan al carácter "visceral" del populismo, no promueve el plus de goce que invita a cada uno a volverse un "capital humano". Los mercenarios reclutados por las corporaciones buscan la corrupción de algunos para encubrir el negocio estructural del Capital: tomar la vida de cada uno hasta que deje de pensar lo Común y renuncie a lo que los expertos no pueden controlar y urge destruir: el uso público de la Razón. El término populismo de izquierda, posmarxista, con vocación emancipatoria, es el último bastión de la razón ilustrada del Pueblo que todavía no quiere permitir la sugestión poderosa de la barbarie neoliberal.

El populismo, en este aspecto, es la vía que abre la posibilidad de volver a construir sin idealismo ni metafísica, una nueva disposición hacia el comunismo, del cual aún no tenemos ninguna referencia histórica.



Montevideo, 24 de julio de 2017



*Profesor honorario de la UBA, miembro de la Asociación Mundial de Psicoanálisis, de la Escuela Lacaniana de Psicoanálisis (España) y de la Escuela de Orientación Lacaniana (Argentina).
http://www.lateclaene.com/jorge-alemn-populismo-o-barbarie 

15 abril 2017

Ficción real

—Usted está detenido.—Pero ¿cómo puedo estar detenido, y de esta manera?—Ya empieza usted de nuevo —dijo el vigilante, e introdujo un trozo de pan en el tarro de la miel—. No respondemos a ese tipo de preguntas.—Pues deberán responderlas. Aquí están mis documentos de identidad, muéstrenme ahora los suyos y, ante todo, la orden de detención.—¡Cielo santo! —dijo el vigilante—. Que no se pueda adaptar a su situación actual, y que parezca querer dedicarse a irritarnos inútilmente, a nosotros, que probablemente somos los que ahora estamos más próximos a usted entre todos los hombres.
—Así es, créalo —dijo Franz, que no se llevó la taza a los labios, sino que dirigió a K una larga mirada, probablemente sin importancia, pero
incomprensible. K incurrió sin quererlo en un intercambio de miradas con Franz, pero agitó sus papeles y dijo:
Aquí están mis documentos de identidad.
—¿Y qué nos importan a nosotros? —gritó ahora el vigilante más alto—. Se está comportando como un niño. ¿Qué quiere usted? ¿Acaso pretende al hablar con nosotros sobre documentos de identidad y sobre órdenes de detención que su maldito proceso acabe pronto? Somos empleados subalternos, apenas comprendemos algo sobre papeles de identidad, no tenemos nada que ver con su asunto, excepto nuestra tarea de vigilarle diez horas todos los días, y por eso nos pagan. Eso es todo lo que somos. No obstante, somos capaces de comprender que las instancias superiores, a cuyo servicio estamos, antes de disponer una detención como ésta se han informado a fondo sobre los motivos de la detención y sobre la persona del detenido. No hay ningún error. El organismo para el que trabajamos, por lo que conozco de él, y sólo conozco los rangos más inferiores, no se dedica a buscar la culpa en la población, sino que,como está establecido en la ley, se ve atraído por la culpa y nos envía a nosotros, a los vigilantes. Eso es ley. ¿Dónde puede cometerse aquí un error?
—No conozco esa ley —dijo K.
—Pues peor para usted —dijo el vigilante.
—Sólo existe en sus cabezas —dijo K, que quería penetrar en los
pensamientos de los vigilantes, de algún modo inclinarlos a su favor o ir ganando terreno. Pero el vigilante se limitó a decir:
—Ya sentirá sus efectos.

Franz Kafka, El proceso.


Siendo aproximadamente las 1:30 Hs a.m., constaté la presencia de personal policial en las inmediaciones de la playa de estacionamiento de nuestra Facultad, a lo cual me acerqué al portón del estacionamiento, sin salir del predio, para poder dialogar con el jefe de la unidad.Al acercarme comuniqué a uno de los policías que soy el Presidente del Centro de Estudiantes y al interpelar al policía por las autorizaciones policiales, comunicó que se contaba con las autorizaciones jurisprudentes correspondientes para el desarrollo de ese evento en el ámbito de la facultad y que mi función en ese momento era asegurar que las actividades se desarrollen con total tranquilidad. Todo esto en un diálogo de absoluto respeto por mi parte, lo cual no puede ser negado por ningún agente presente. A lo que me responde uno de los policías con total prepotencia que querían hablar con otro encargado y que no iban a dialogar conmigo aludiendo que me encontraba en estado de ebriedad (el examen toxicológico posterior realizado por el médico policial me dio negativo, no había ingerido alcohol).En ese momento intuí que el agente policial estaba buscando encontrar una solución alternativa para recién retirarse.En ningún momento me comunicaron que la música estaba en volumen alto, ni tampoco que habían alteraciones del orden público, ellos estaban presente y lo pudieron vivenciar, la única alteración del orden la estaban produciendo ellos mismos (para los que desconocen, el buffet donde se realizaba el agasajo se encuentra a más de 40 metros adentro desde la calle y es un espacio cerrado), sin embargo solicite por mi parte que de todas formas se merme la música.Al notar una alteración del agente al ver que la actividad continuaba con su desarrollo normal y una obsesión por ingresar al predio de la facultad, decido permanecer al lado del portón para asegurar que no se presente ningún conflicto, sin dialogar desde ese momento con ningún agente y permaneciendo totalmente tranquilo. En un momento dado se acercó un docente y egresado al portón a intentar dialogar con los agentes policiales para ver si existía algún problema, el cual les respondió muy agresivamente por el hecho de estar en un evento que ellos consideraban ilegal y advirtiendoles que iban a realizar control de alcoholemia en la salida, a lo cual no se manifestó ninguna objeción y decidieron no seguir dialogando con el agente por el exceso de alteración que este manifestaba.Posteriormente se presenta un compañero al portón manifestando a los policías que no podían ingresar por no ser su jurisdicción, a los cual los agentes respondieron con malas palabras y entonces procedí a retirar al compañero para evitar que se inicie una confrontación verbal. Imagino que fue la gota que rebalsó el vaso, porque el policía respondió posteriormente “yo entro y los levantó a todos”. En este momento note que el ingreso iba a ser inevitable, el portón de la playa de estacionamiento si bien estaba cerrado, no tenía candado, cadena, ni pasador. Posteriormente este agente después de haber realizado una llamada se dirige hacia el portón, le da una patada, e ingresan aproximadamente diez agentes violentamente, trotando con armas largas en mano en dirección de los estudiantes, muchos de ellos se aterran corren en todas direcciones, los cuales algunos son perseguidos por los agentes armados. Ante lo que estaba sucediendo, me dirijo hacia donde se encontraba (al parecer) la jefa policial de la operación y le consultó literalmente en un tono tranquilo y respetuoso (lo cual también puede ser atestiguado por los agentes y estudiantes presentes), “disculpe, usted tiene una autorización para ingresar a la facultad?” , a los que ella responde , “A el deténganlo primero” señalándome a mí, “por canchero” . Posteriormente se dirigen hacia mi persona dos agentes de policía y yo ante el acto de total injusticia que se estaba realizando hacia mi persona y hacia mis compañeros a fin de resguardar su integridad trato de dirigirme hacia ellos a lo cual los policías hacen maniobras violentas para inmovilizarme, sin yo reaccionar con agresiones físicas ni verbales hacia ninguno de ellos, simplemente tratando de evitar el sometimiento físico innecesario, por lo cual acuden dos agentes más, los cuales me arrojan al suelo al darme rodillazos y patadas y me arrastran entre cuatro por el playón de la facultad hacia el móvil, golpeándome constantemente en el trayecto (quiero resaltar que yo no reaccione violentamente hacia ningún agente, era muy consciente que no debía hacerlo y esto puede ser constatado posteriormente por el hecho de no habérsele hecho ninguna infracción en ese sentido).Una vez trasladado al móvil, los policías, intentan esposarme a las vez que me inmovilizaban los brazos y en ese momento les pido me expliquen porque me detienen, lo que solo escucho es “ya te vamos a decir”. Me lesionan las muñecas (lo cual es constatado posteriormente por los médicos policiales y por médicos del hospital Pablo Soria, es la lesión más evidente que presentó con hematomas y cortes en las muñecas).Estando esposado en el móvil consulté constantemente cuál era el motivo de mi detención. Se lo pregunté a tres policías incluyendo a la agente que ordenó mi detención, a lo cual ninguno me respondió, ya cansados por mi insistencia uno de los agentes me dice que en la comisaría me van a dar los motivos.Posteriormente soy trasladado a la seccional primera donde accedo a dar mis datos y pertenencias, Quiero mencionar que ninguno de los agentes estaba identificado, pedí que se identifiquen pero ninguno accedió. Luego se me solicita que me quite la ropa para la requisa y les digo a los agentes que si estoy siendo tratado como un delincuente que se me den las razones de mi detención. Uno de ellos me responde que la razón era la resistencia al arresto, a lo que le pregunto entonces cual era el motivo del arresto inicial al cual me resistí, lo cual no me supo responder. Ya cansado uno de los agentes por mis preguntas incesantes, se dirige hacia a mí y me dice que me saque la ropa, que no me lo estaba preguntando, sino que era una orden, y si no lo hacía por la buenas, iba a hacerse por las malas. A lo cual respondí que si no se me dan los motivos de mi detención no iba a acceder a proceder con el protocolo, que en todo caso lo hagan ellos mismos, y que yo no iba a ofrecer resistencia física, a lo cual me responde que él no me tiene que dar ningún tipo de explicación y que entonces que se iban a hacer las cosas por las malas. En ese momento me vuelve a esposar, se pone en mi espalda y empieza a asfixiarme levantándome constantemente del cuello con su brazo, esto en presencia de al menos otros tres agentes más. Cuando el agente notó que yo no podía soportar más la asfixia me arrojó al suelo, al cual caí de cabeza lesionándome la frente sin poder poner las manos por lo que me encontraba esposado. Una vez en el suelo el agente colocó su rodilla entre mis muñecas, para lesionarme con las esposas, diciéndome que iba a permanecer así hasta que cambie de opinión y acceda a lo que me estaban pidiendo. Pasaron así aproximadamente quince minutos y al ver que permanecía decidido a que me den respuestas, tirado de frente al suelo seguía haciendo preguntas de mi detención y me dirigía hacia los demás agentes advirtiendoles que ellos estaban siendo testigos de las agresiones que estaba sufriendo, decidieron traer un testigo civil, me volvieron a levantar y en presencia del testigo los policías cambiaron su actitud violenta. Yo al ver que no iba tener respuesta simplemente accedí a proceder con el protocolo.Cuando me llevaron a la celda y estando en esta, pedí constantemente que se permita realizar una llamada y se me negó la misma en todo momento.Aproximadamente a las cuatro de la mañana (consulté la hora al policía), me llevaron a hacer registro de datos a la estación central, me marcaron los dedos y posteriormente me hicieron las pericias médicas. Conté la agresión física sucedida al policial médico la cual tomo nota de todas las lesiones producidas, en la facultad y en la comisaría. Aproveché el momento y consulté nuevamente cuál era el motivo de mi detención, a lo cual me responde el agente a cargo, que yo estaba ahí por averiguación de antecedentes, a lo que le consulte si necesariamente tenía que estar esposado, detenido y en una celda por ese motivo, a lo que me responde que sí, que era lo que correspondía.Aproximadamente a las diez de la mañana fui liberado y procedí a hacer las denuncias correspondientes en la regional número 1. Lo mencionado aquí está en mi denuncia, la cual apenas pude hacer, porque me encuentro y me encontraba prácticamente sin voz por la lesión producida en mi garganta por el ahorcamiento.Quienes me conocen, conocen mi integridad moral y saben que yo no falto a la verdad. Lo plasmado aquí fue plasmado en mi denuncia como declaración jurada.
Carta de Joaquín Quispe, Presidente del Centro de Estudiantes y Consejero académico Estudiantil de la Facultad de Ciencias Agrarias.
http://www.laizquierdadiario.com/Carta-de-Joaquin-Quispe-relato-de-la-brutal-avanzada-policial-contra-estudiantes

12 abril 2017

Capital humano

La creación de una fuerza de trabajo altamente productiva dio lugar a la teoría del llamado «capital humano», que es una de las ideas económicas vigentes más disparatadas que cupiera imaginar. Encontró su primera expresión  en  los  escritos  de  Adam  Smith.  Tal  como  él  argumentaba,  la adquisición de talentos productivos por parte de los trabajadores «mediante la educación, el estudio o el aprendizaje, supone siempre un gasto real, destinado a la preparación del sujeto que los adquiere, y viene a ser como un capital fijo y realizado, por decirlo así, en su persona. Así como esos talentos  forman  parte  del  patrimonio  del  individuo,  de  igual  suerte  integran el  de  la  sociedad  a  la  cual  aquel  pertenece.  La  destreza  perfeccionada  de un operario se puede considerar bajo el mismo aspecto que una máquina o instrumento productivo, que facilita y abrevia el trabajo y que, aunque ocasiona  algunos  gastos,  los  retorna  acompañados  de  un  beneficio».  La cuestión,  por  supuesto,  es  quién  paga  la  factura  por  la  creación  de  tales talentos  –los  trabajadores,  el  Estado,  los  capitalistas  o  alguna  institución de la sociedad civil (como la Iglesia)– y quién obtiene los beneficios (o el «lucro» en palabras de Adam Smith).
Evidentemente, una mano de obra cualificada y bien entrenada podría esperar razonablemente un mayor nivel de remuneración que la que no lo está, pero eso no es más que un lejano eco de la idea de que un salario más alto es una especie de ganancia por la inversión que los trabajadores han hecho  en  su  propia  educación  y  habilidades.  El  problema,  como  señaló Karl Marx en su acerba crítica de Adam Smith, es que el trabajador solo puede realizar el mayor valor de esas habilidades trabajando para el capital en condiciones de explotación, de forma que en definitiva es el capital y no el trabajador el que cosecha el beneficio de la mayor productividad del trabajo. En tiempos recientes, por ejemplo, la productividad de los trabajadores ha aumentado pero la proporción que se les cede de lo producido ha disminuido. En cualquier caso, si lo que el trabajador posee auténticamente en forma corpórea fuera capital –señalaba Marx–, podría tumbarse y vivir de los intereses de su capital sin trabajar un solo día (el capital, como relación de propiedad, siempre tiene a su alcance esa opción). Por lo que yo sé, la principal consecuencia de la resurrección de la teoría del capital humano, realizada por Gary Becker en la década de 1960, fue enterrar la importancia de la relación de clase entre capital y trabajo y hacerla parecer como si todos fuéramos capitalistas que obtenemos distintas tasas de beneficio de nuestro capital (humano o de otro tipo). Si los trabajadores reciben  salarios  muy  bajos,  se  podría  entonces  argumentar  que  eso  solo refleja el hecho de que no han invertido suficiente esfuerzo en construir su capital humano, ¡y solo sería culpa suya que se les pague tan poco! No cabe pues sorprenderse de que las principales instituciones del capital, desde los departamentos de economía de las universidades hasta el Banco Mundial y el Fondo Monetario Internacional, abrazaran calurosamente esa ficción teórica, por razones ideológicas y no por sólidas razones intelectuales.


David Harvey, Diecisiete contradicciones y el fin del capitalismo — 1.ª ed. — Quito: Editorial IAEN, 2014.
(Cursivas y negritas nuestras)

28 marzo 2017

Desigualdad

La desigualdad deriva del simple hecho de que el capital se constituye social e históricamente como un dominio de clase sobre el trabajo. La distribución de la renta y riqueza entre  capital  y  trabajo  tiene  que  ser  sesgada  para  que  el  capital  se  pueda reproducir. La igualdad en la distribución y el capital son cosas incompatibles. Ciertas disparidades en la distribución preceden de hecho al ascenso del capital. Los trabajadores deben ser desposeídos de la propiedad y el control sobre sus propios medios de producción si se quiere que se vean obligados al trabajo asalariado para sobrevivir. Esa condición referida a la distribución precede a la producción de plusvalor y debe mantenerse con el tiempo. Una vez que la circulación y acumulación de capital se generalizan, el nivel salarial debe mantenerse dentro de unos límites que permitan la obtención de beneficios. Cualquier intento de maximizar estos significa reducir los niveles salariales o incrementar la productividad del trabajo. La intensificación de la competencia entre capitales conduce a una reducción general de salarios, quiéranlo o no los capitalistas individuales. La proporción en que se reparte el excedente entre salarios y beneficios es consecuencia de cierta combinación de la escasez de mano de obra y el curso de la lucha de clases. La configuración resultante es geográficamente desigual.
La clase capitalista debe recibir una proporción suficiente del valor social producido que (a) la incentive proporcionándole condiciones de consumo privilegiadas como clase ociosa, y (b) entregue un excedente suficiente para mantener en marcha el motor económico del capital y su expansión acelerada y sin trabas. El «dilema fáustico» que acecha en el pecho de cada capitalista entre  el  disfrute  personal  y  la  reinversión  solo  se  puede  resolver  con  una considerable generación y apropiación de excedente. Siempre tiene que fluir una cantidad desproporcionada de excedente hacia el capital, a expensas del trabajo; esa es la única posibilidad para que el capital se reproduzca.

Harvey, David
Diecisiete contradicciones y el fin del capitalismo.
1.ª ed. — Quito: Editorial IAEN, 2014

03 marzo 2017

Modelo para desarmar y armar

12. El socialismo del siglo XXI tiene que reconstruir la idea de los derechos humanos sobre la base del respeto a todas las culturas
Occidente ha sido siempre una fuerza colonial imposibilitada, desde su razón moderna, para comprenderse, humildemente, como sólo una parte de la verdad. La forma de pensar de Occidente (la modernidad) le ha llevado a que, incluso cuando ha propuesto valores de carácter universal, haya impuesto directa o indirectamente sus valores propios (a partir del siglo XVIII, contaminados, además, de capitalismo voraz y estatismo homogeneizador). Los derechos humanos no son los derechos individuales del liberalismo que terminan, en nombre de una buena causa, siendo otro instrumento de opresión de unos países sobre otros o de unas ideologías sobre otras. Los derechos humanos deben reconstruirse como un diálogo entre los diferentes pueblos y culturas, entre las diferentes opciones políticas y las diferentes religiones.
Frente a propuestas de choque de civilizaciones, basadas en la supuesta incompatibilidad de valores y derechos humanos, el socialismo del siglo XXI debe hacer un esfuerzo en la línea del diálogo de civilizaciones, que reconozca la interculturalidad y la más eficaz construcción de la emancipación desde diferentes perspectivas que comparten, pese a los distintos presupuestos, un compromiso con una globalización alternativa. Frente a la mercantilización del mundo de vida puesto en marcha por la globalización neoliberal, existe una rica variedad de respuestas (provenientes de culturas indígenas, religiones, sensibilidades sexuales) que deben sumarse para recuperar ese espacio humano hurtado por la mercantilización neoliberal.
Esos nuevos derechos humanos deben tener como orientación compartida la recuperación de un aspecto dejado de lado por la concepción liberal occidental de los derechos humanos: el derecho a la propia alimentación. El derecho a la vida se conculca de manera aberrante cuando tres cuartas partes de la humanidad no pueden alimentarse. De poco sirve el reconocimiento formal de la libertad cuando esa libertad no puede ejercerse porque faltan el alimento y la instrucción necesarios para construir una vida digna. De igual manera, el libre acceso a los medicamentos necesarios debe formar parte de una concepción de los derechos humanos que sea defendida por la ONU, completada con el acceso a la cultura.

Juan Carlos Monedero, "Modelo para desarmar y armar"
http://www.voltairenet.org/article127151.html

23 febrero 2017

La aldea global

Cree  el  aldeano  vanidoso que  el  mundo  entero  es  su  aldea,  y  con  tal que  él quede  de  alcalde,  o  le  mortifique al  rival  que  le  quitó  la  novia,  o le  crezcan  en  la  alcancía  los  ahorros, ya  da  por  bueno  el  orden  universal, sin  saber  de  los  gigantes  que  llevan  siete  leguas  en  las  botas  y  le  pueden poner  la  bota  encima,  ni  de  la  pelea  de  los  cometas  en  el  Cielo,  que  van por  el  aire  dormidos engullendo mundos. Lo  que  quede  de  aldea en América ha de despertar. Estos  tiempos  no  son  para  acostarse con  el pañuelo  a  la  cabeza,  sino  con  las  armas  de  almohada,  como  los  varones de  Juan  de  Castellanos: las  armas  del juicio,  que  vencen  a  las  otras. Trincheras  de  ideas  valen  más  que trincheras de  piedra. 

José Martí, Nuestra América.

17 febrero 2017

Reformismo o Revolución

“El problema con el reformismo es que en un mundo barbarizado como el del capitalismo neoliberal se requieren transformaciones de fondo y no tan sólo ajustes marginales. Si, como dicen los zapatistas, «de lo que se trata es de crear un mundo nuevo», tal empresa excede con creces los límites cautelosos del reformismo. Pero, por otro lado, por decepcionante que este sea, los movimientos populares no pueden permanecer cruzados de brazos hasta que llegue el «día decisivo» de la revolución. El problema de algunos sectores de la izquierda latinoamericana radica precisamente en la persistencia de un «revolucionarismo abstracto», huérfano de eco entre las masas pero dotado de virtudes balsámicas capaces de apaciguar con la radicalidad de sus consignas los espíritus dominados por una ardiente impaciencia que los lleva a pronosticar una y mil veces la inminencia del estallido revolucionario. Pero la historia no la cambian las consignas a menos que estas se encarnen en el sujeto popular. «Pan, tierra y paz» se convirtió en una fuerza motora de la Revolución Rusa no en virtud de la sencilla elocuencia de su formulación sino porque, en un momento exacto del desarrollo de las luchas de clases en la Rusia zarista, Lenin interpretó cabalmente el sentir y las aspiraciones inmediatas y no negociables de soldados, campesinos y obreros. En ausencia de esta encarnadura social, el «revolucionarismo abstracto» es apenas una forma sublimada y más compleja de admitir la propia incapacidad para cambiar el curso de la historia. Conviene recordar, además, que en nuestros países los desafíos que las reformas plantean a las clases dominantes dieron lugar a feroces contrarrevoluciones que ahogaron en un baño de sangre tales tentativas. Se equivoca quien cree que el reformismo es un debate cortesano y caballeresco acerca de los bienes públicos y el rumbo gubernamental. Quien invoca a la reforma en América latina conjura en su contra a todos los monstruos del establishment: los militares y los paramilitares; la policía secreta y la CIA; la Embajada norteamericana y la «prensa libre»; los «combatientes por la libertad» y los terroristas organizados y financiados por las clases dominantes de aquí y de allá. En América Latina el camino de las reformas está lejos de ser un paseo por un prado rebosante de flores. Para nuestras derechas, las reformas no son un sustituto sino un catalizador de la revolución, y por eso no ahorran sangre para combatirlas.”


Pasaje de: Borón, Atilio. “Socialismo siglo XXI.” ePubLibre, 2008-10-01. iBooks.