29 marzo 2015

Negarse

Supongamos que yo pudiera convertirme en Dios. ¿Qué haría yo? ¿A quién condenaría? ¿Al que hizo mal porque su ley era hacer mal? No. ¿A quién condenaría, entonces? A quien habiendo podido convertirse en un Dios para un ser humano, se negó a ser Dios. A ése le diría yo: ¿Cómo? ¿Pudiste enloquecer de felicidad a un alma y te negaste? Al infierno, hijo de puta.


Roberto Arlt, Haffner cae. En Los lanzallamas. La plata, Terramar, 2012.

10 marzo 2015

Lo fundamental que hay que quitarle al hombre para someterlo es la conciencia

Comunicar una verdad por medio de tantas bocas es transformarla en la verdad de todos. La multiplicidad de los medios de emisión transforma la unicidad de la verdad (o sea, a la mera verdad del Grupo) en una verdad múltiple que se le impone a la multitud de la población. Lo múltiple para la multitud. Para introyectar una verdad en una multitud es necesario un Grupo Comunicacional. El Grupo Comunicacional, el pulpo informativo, tiene miles de voces, miles de «periodistas» que comunican, que dicen lo que el Grupo les impone decir, lo dicen a través de miles de canales de emisión, estas emisiones atrapan la subjetividad de los receptores, la colonizan, la anulan, los sujetos receptores ya no son más sujetos, devienen sujetos del Otro, sujetos aprisionados y manipulados por el Grupo Comunicacional. Surge, así, el sujeto de la supramodernidad, de la modernidad capitalista del siglo XXI, el sujeto-Otro. O sea, el sujeto constituido por el sujeto comunicacional. Así como el sujeto constituyente kantiano constituía al objeto, el sujeto constituyente comunicacional constituye al sujeto-Otro. Todo está organizado para que el sujeto no sea sujeto. No piense con autonomía, con libertad. Sea pensado. El sujeto —todo sujeto— es constituido en exterioridad por el gran sujeto absoluto mediático actual: el Grupo Comunicacional. O los oligopolios que esos Grupos —al unirse— forman. Los postestructuralistas intentaron humillar al sujeto. Lo hicieron desaparecer en la trama histórica. En esa trama, el papel comunicacional era casi inexistente. Le entregaron al Poder un sujeto débil. Era justamente el que el Poder requería. Porque no ignoraba —contrariamente a estructuralistas, postestructuralistas y posmodernos— que lo fundamental que hay que quitarle al hombre para someterlo es la conciencia. Es el gran tema de este libro. Para demostrar esa tesis ha sido escrito. Y asimismo para vencerla y desarrollar la contraria. No hay contrapoder sin conciencia crítica. Si el sujeto es tan irrelevante, ¿por qué el Poder ha levantado su más poderoso Imperio para sojuzgarlo? Los grandes pensadores europeos desde Las palabras y las cosas (1966) de Foucault hasta fines del siglo XX —que necesitaron negar al sujeto para entrar en Heidegger y Nietzsche y huir de Marx y del sartrismo— no lo vieron porque no lo podían ver y acaso tampoco querían. Y eso que no vieron tuvo resultados nefastos y hasta patéticos: en tanto ellos deconstruían al sujeto, el Imperio se consagraba a constituirlo. A constituir el más poderoso sujeto de la historia humana: el sujeto mediático, capaz de constituir a todos los otros. Lo estamos viendo ahora. Nosotros, pensadores situados, subalternos, ajenos al circuito académico dominado por el Saber francés recibido en la academia norteamericana para hablar de todas las cosas del mundo, pero no del sometimiento del sujeto, del sujeto-Otro y de lo que posibilitará el surgimiento de la conciencia crítica y su praxis de rebeldía.


José Pablo Feinmann, Filosofía política del poder mediático. Buenos Aires, Planeta, 2013.
 

Realidad

La realidad dista mucho de ser como nos la describen quienes no piensan más que en captarla.


Ben Hecht, Sangre de actor.