08 julio 2014

El arco rival

Los españoles no pueden entenderlo, aferrados al tomo rectangular de la Academia, donde han registrado marco como denominación oficial, remiten la cuestión a un asunto de ángulos y geometrías. No pasa por ahí, claro. Porque la oposición no es de forma --lo recto y quebrado versus lo curvo-- sino de sentido. El marco español es apenas la parte externa de una entidad mayor y vulgar, la puerta, la portería, con su consabido y burocrático portero --"Villa estrella su cabezazo en el marco de la portería de Casillas", dirá un castizo relator--, mientras nuestro arco nombra otro tipo de cosa, una totalidad celebratoria de triunfo y desfile que es a la vez el hueco y los límites que lo configuran.
Son actitudes que el lenguaje revela: arco es algo precisamente hecho para ser atravesado, está enfrente, es el arco rival; la puerta está hecha para poder cerrarse y debe ser defendida, es la puerta propia. Por imposición lingüística o por tradición estratégica, se puede afirmar que los equipos españoles se paran en la cancha delante de su portería; por el contrario --al menos teóricamente--, los argentinos lo hacen frente al arco rival.


Juan Sasturain, La patria transpirada.
Buenos Aires, Sudamericana, 2010. 

07 julio 2014

La moral cristiana

El cristianismo fue, desde su origen, esencial y básicamente, asco y disgusto frente a la vida, que no hacen más que disimularse y ocultarse bajo la máscara de la fe en "otra" vida, en "una vida mejor". El odio al "mundo", el anatema de las pasiones, el miedo a la belleza y a la voluptuosidad, un más allá futuro inventado para denigrar mejor el presente, un deseo de aniquilación, de muerte, de reposo, hasta llegar al "sábado de los sábados": todo esto, así como la voluntad absoluta del cristianismo de tener en cuenta sólo valores morales, me pareció siempre la forma más peligrosa, más siniestra, de una "voluntad de aniquilamiento", por lo menos un signo de laxitud morbosa, de profundo abatimiento, de agotamiento, de empobrecimiento de la vida, pues, en nombre de la moral (en particular, de la moral cristiana, es decir, absoluta), debemos siempre e ineludiblemente condenar la vida, porque la vida es algo esencialmente inmoral; debemos, en fin, ahogar la vida bajo el peso del menosprecio y de la eterna negación, como indigna de ser deseada y como lo no válido en sí. La moral misma, ¿no sería una "voluntad de negación de la vida", un secreto instinto de aniquilamiento, un principio de ruina, de decadencia, de calumnia, un comienzo de un fin, y, por consiguiente, el peligro de los peligros?...


Friedrich Nietzsche, Ensayo de autocrítica (1886), en El origen de la tragedia.
Buenos Aires, Terramar, 2010.