30 enero 2013

Un rey sin dominio

     En opinión de Proudhon, "la democracia no es sino una arbitrariedad constitucional". El proclamar soberano al pueblo fue una "artimaña" de nuestros padres. En realidad, el pueblo es un rey sin dominio, el mono que remeda a los monarcas y que de la majestad y la munificencia reales sólo conserva el título. Reina sin gobernar. Al delegar su soberanía por el ejercicio periódico del sufragio universal, cada tres o cinco años renueva su abdicación. El príncipe fue expulsado del trono, pero se ha mantenido la realeza, perfectamente organizada en las manos del pueblo, cuya educación se descuida adrede. La papeleta del voto es una hábil superchería que sirve únicamente a los intereses de la coalición de barones de la propiedad, el comercio y la industria.
     Pero la teoría de la soberanía del pueblo lleva en sí su propia negación. Si el pueblo entero fuese verdaderamente soberano, no habría más gobierno ni gobernados. El soberano quedaría reducido a cero. El Estado no tendría ya ninguna razón de ser, se identificaría con la sociedad y desaparecería dentro de la organización industrial.
     Para Bakunin, "en lugar de ser garantía para el pueblo, el sistema representativo crea y garantiza la existencia permanente de una aristocracia gubernamental opuesta al pueblo". El sufragio universal es una trampa, un señuelo, una válvula de seguridad, una máscara tras la cual "se esconde el poder realmente despótico del Estado, cimentado en la banca, la policía y el ejército", "un medio excelente para oprimir y arruinar a un pueblo en nombre y so pretexto de una supuesta voluntad popular".


Daniel Guèrin, El anarquismo. Colección Utopía libertaria, Buenos Aires, 2008.

15 enero 2013

Sumisión de corazón

Pero lo que Julián no sabía, lo que se guardaban muy bien de decirle era que alcanzar el primer puesto en los diferentes cursos de dogma, de historia eclesiástica, etc., etc., que se seguían en el seminario no era, a sus ojos, más que un pecado espléndido. Desde Voltaire, desde el gobierno de las dos Cámaras, que no es en el fondo otra cosa que confianza y examen personal y que da al espíritu de los pueblos esa mala costumbre de desconfiar, la Iglesia de Francia parece haber comprendido que los libros son sus verdaderos enemigos. Sólo la sumisión de corazón tiene mérito a sus ojos. Triunfar en los estudios, aún sagrados, le resulta sospechoso y con razón. ¿Quién impedirá al hombre superior pasarse al otro lado como Sieyès o Grégoire? La Iglesia temblorosa se agarra al Papa como la única tabla de salvación. Sólo el Papa puede tratar de paralizar el examen personal y, gracias a las pompas y fastos religiosos de las ceremonias de su corte, hacer alguna impresión en el espíritu aburrido y enfermo de las gentes del mundo.


Stendhal, Rojo y negro. Hyspamérica, Buenos Aires, 1982.