23 mayo 2012

Persuasión

Hay en el perfume una fuerza de persuasión más fuerte que las palabras, el destello de las miradas, lo sentimientos y la voluntad. La fuerza de persuasión del perfume no se puede contrarrestar, nos invade como el aire invade nuestros pulmones, nos llena, nos satura, no existe ningún remedio contra ella.


Patrick Süskind, El perfume.
Booket, Buenos Aires, 2010.

14 mayo 2012

Principios de la filosofía

[...] Fueron a sentarse a la mesa y Curval siguió filosofando un poco, porque en él las pasiones no influían en nada sobre los sistemas; firme en sus principios, era tan impío, tan ateo, tan criminal después de perder su leche como en pleno fuego del temperamento, y así es como todos los sabios deberían ser. Jamás la leche debe dictar ni dirigir los principios; deben ser los principios los que dicten la manera de perderla. Y ya sea que a uno se le pare o no, la filosofía, independiente de las pasiones, debe ser siempre la misma.


Marqués de Sade, Las 120 jornadas de Sodoma.
Gradifco. Buenos Aires, 2009.

El enigma psicológico



-Está en nuestro corazón -replicó Curval-. Una vez que el hombre se ha degradado, se ha envilecido por los excesos, hace que su espíritu adopte una especie de inclinación viciosa de la que ya nada puede apartarlo. En cualquier otro caso, la vergüenza serviría de contrapeso a los vicios a los que su espíritu le aconsejaría entregarse; pero en éste ya no es posible: es el primer sentimiento que ha hecho fenecer, es el primero que ha expulsado lejos de sí; y del estado en que se encuentra, de no sonrojarse, al de amar todo lo que lo haría sonrojarse, no hay más que un paso. Todo lo que le afectaba desagradablemente, al encontrar un alma preparada de diferente forma, se metamorfosea en placer y, a partir de ese momento, todo lo que recuerde el nuevo estado que se adopta sólo puede ser voluptuoso.
-Pero ¡cuánto camino hay que haber recorrido en el vicio para llegar ahí! -dijo el obispo.
-De acuerdo -asintió Curval-; pero es un camino de flores que va recorriéndose casi sin darse cuenta; como un vicio lleva al otro, nuestra insaciable imaginación no tarda en llevarnos hasta el último escalón... Pero en la carrera se va encalleciendo el corazón, y al llegar a la meta, si antes había valorado alguna virtud, ya no admite ninguna. Va acostumbrándose a cosas cada vez más intensas, aleja de sí las primeras suaves impresiones, aquéllas que hasta entonces lo excitaban; y como entiende perfectamente que la infamia y la deshonra serán a partir de entonces las consecuencias de sus acciones, se prepara para no temerles; y basta con que las haya saboreado para amarlas. A partir de allí ya no se detiene.
-Así que esto es lo que hace tan difícil la corrección -dijo el obispo.
-Mejor digamos imposible, amigo mío, ¿y cómo los castigos infligidos al que quieres corregir conseguirían convertirlo, si, a excepción de unas pocas privaciones, el estado de envilecimiento que caracteriza a aquél en que lo sitúas al castigarlo, le gusta, lo divierte, lo deleita, y disfruta interiormente por haber ido tan lejos como para merecer ser tratado de esta manera?
-¡Oh! ¡Qué enigma es el hombre! -exclamó el duque.
-Sí, amigo mío -respondió Curval-. Y esto es lo que llevó a decir a un hombre muy inteligente que era mejor embromarlo que comprenderlo.


Marqués de Sade, Las 120 jornadas de Sodoma.
Gradifco. Buenos Aires, 2009.

02 mayo 2012

El "placer" de la Desigualdad

[...] El duque argumentó que si la felicidad consistía en la total satisfacción de todos los placeres de los sentidos, resultaba difícil ser más felices de lo que eran.
-Esta reflexión no es la de un libertino -dijo Durcet-.
¿Y cómo podrías ser feliz si pudieras satisfacerte en todo momento? No está en el goce la felicidad, sino en el deseo, en tumbar los muros que se oponen a la satisfacción de los deseos. Ahora bien, ¿todo esto se encuentra aquí, donde sólo tengo que desear para tener? Juro -dijo- que, desde que estoy aquí, mi leche no se ha derramado ni una sola vez por los objetos que aquí están; sólo se ha derramado por los que no están. Y además -añadió el financiero-, en mi opinión, falta una cosa esencial para nuestra felicidad: el placer de la comparación, placer que sólo puede nacer del espectáculo de los desdichados, y aquí no vemos nada de eso. De la visión del que no disfruta de lo que yo tengo, y que sufre por eso, nace el encanto de poder decir: "Yo soy más feliz que él". Allí donde los hombres sean iguales y donde estas diferencias no existan, la felicidad jamás existirá. Es la historia del hombre que sólo conoce el valor de la salud cuando ha estado enfermo.


Marqués de Sade, Las 120 jornadas de Sodoma.
Gradifco. Buenos Aires, 2009.