25 noviembre 2011

El cumpleaños del reloj


Piensa en esto: cuando te regalan un reloj te regalan un pequeño infierno florido, una cadena de rosas, un calabozo de aire. No te dan solamente el reloj, que los cumplas muy felices y esperamos que te dure porque es de buena marca, suizo con áncora de rubíes; no te regalan solamente ese menudo picapedrero que te atarás a la muñeca y pasearás contigo. Te regalan -no lo saben, lo terrible es que no lo saben-, te regalan un nuevo pedazo frágil y precario de ti mismo, algo que es tuyo pero no es tu cuerpo, que hay que atar a tu cuerpo con su correa como un bracito desesperado colgándose de tu muñeca. Te regalan la necesidad de darle cuerda todos los días, la obligación de darle cuerda para que siga siendo un reloj; te regalan la obsesión de atender a la hora exacta en las vitrinas de las joyerías, en el anuncio por la radio, en el servicio telefónico. Te regalan el miedo de perderlo, de que te lo roben, de que se te caiga al suelo y se rompa. Te regalan su marca, y la seguridad de que es una marca mejor que las otras, te regalan la tendencia de comparar tu reloj con los demás relojes. No te regalan un reloj, tú eres el regalado, a ti te ofrecen para el cumpleaños del reloj.


Julio Cortázar, Preámbulo a las instrucciones para dar cuerda al reloj.
Historias de cronopios y de famas (1962)
Alfaguara. Buenos Aires, 2011.

19 noviembre 2011

El otro club



"[...] Entonces P. R. Deltoid hizo algo que yo jamás hubiese creído, un hombre que tenía como función convertirnos a los maluolos en chelovecos realmente joroschós, y sobre todo con los militsos alrededor. Se acercó un poco y escupió. Escupió. Me escupió en el litso, y después se limpió la rota húmeda y escupidora con el dorso de la ruca. Y yo me limpié y me limpié y me limpié el litso escupido con el tastuco ensangrentado, y le dije: -Gracias, señor, muchas gracias, señor, eso fue muy amable de su parte, señor, muchísimas gracias.- Y ahí P. R. Deltoid salió sin decir un slovo más.
Entonces los militsos se dedicaron a preparar una larga declaración que yo tendría que firmar; y yo pensé, infierno y basura, si ustedes bastardos están del lado del Bien, me alegro de pertenecer al otro club.[...]"


Anthony Burgess, La naranja mecánica (Cap. VII).
Ed. Minotauro, 2003.


* Glosario
- Maluolo: mal, malo
- Cheloveco: individuo
- Joroschó: bueno, bien
- Militso: policía
- Litso: cara
- Rota: boca
- Ruca: mano, brazo
- Tastuco: pañuelo
- Slovo: palabra

18 noviembre 2011

Cobra Woman



"No puedo ponerle fecha a aquella tarde. Sólo sé que fue en el cine Bijou, en Buenos Aires, que estaba en Pueyrredón a pocos metros de Córdoba.
En la pantalla María Montez ejecutaba movimientos crispados y sensuales (¿acaso histéricos y mecánicos?): una danza supuestamente sagrada durante la cual señalaba entre los fieles que la rodeaban a aquellos que sus esclavos harían morder inmediatamente por las cobras que acunaban en sus brazos. De pronto vi -recorte negro, brevísima imagen a contraluz sobre los colores brillantes de la película- una mano de mujer que descargaba violentamente el peso de una cartera sobre la cabeza de su vecino.
Hoy sé que ese film se llamaba Cobra Woman y no era en colores. La memoria pintarrajeó con el estridente technicolor de los años 40 el modesto negro y blanco de aquella confección de clase B que -me entero con cierta satisfacción morbosa- había escrito Richard Brooks, guionista y director de films "con conciencia social", y dirigido Robert Siodmak, refugiado del Tercer Reich.
Pero la reacción violenta de aquella mujer sin rostro ante el avance (¿tímido y gradual?, ¿demasiado impetuoso?) de su vecino ha quedado indeleble, menos en la memoria que en la imaginación del niño que la vio fugazmente superpuesta a las contorsiones mortíferas de una monarca apócrifa."


Edgardo Cozarinsky, El refugio de Eros, en Palacios plebeyos (pp. 61-62)
Ed. Sudamericana. Buenos Aires, 2006.

08 noviembre 2011

Sensaciones


"Congestionados, cara roja y caliente; pupilas dilatadas. Pulsación violenta en cerebro y carótidas. Violentas punzadas y lanzazos. Cefalea como sacudidas. A cada paso sacudida hacia abajo como si hubiera un peso en el occipital. Cuchilladas y punzadas. Dolor de estallido; como si se empujara el cerebro; peor agachándose, como si el cerebro cayera hacia afuera, como si fuera empujado hacia adelante, o los ojos estuvieran por salirse. (Como esto, como aquello; pero nunca como es de veras). Peor con los ruidos, sacudidas, movimiento, luz. Y de pronto cesa, la sombra y la frescura se la lleva en un instante, nos deja una maravillada gratitud, un deseo de correr y sacudir la cabeza, asombrarse de que un minuto antes..."


Julio Cortázar, Cefalea.
Bestiario (1951)
Alfaguara. Buenos aires, 2011.