28 diciembre 2014

Pesimismo prusiano

Para Schopenhauer, no hay que mentirse a sí mismo sobre este punto: el amor, aunque a veces parezca etéreo,  aunque esté maquillado a menudo de sentimentalismo,  siempre tiene su raíz en el instinto sexual. Más aún: en el fondo, sólo apunta a la reproducción de la especie. 
Dos tortolitos que, en medio del espejismo amoroso, creen actuar en función de su propio gusto y con vistas a una satisfacción absolutamente personal, en realidad no hacen más que obedecer a los intereses del rebaño. Un bebé rosado y lloroso: ese es el objetivo inconsciente de todo amor humano. Una vez disipada la ilusión romántica,  no queda más que la desconcertada contemplación de un recién nacido bastante molesto, dentro de una cuna convertida en la tumba de la pareja. Un pequeño ser tan destinado a la decadencia y la muerte como los absurdos padres que, sin consultarlo, lo condenaron a la vida.


Aude Lancelin y Marie Lemonnier, Los filósofos y el amor. De Sócrates a Simone de Beauvoir.
El ateneo, Buenos Aires, 2013.

25 diciembre 2014

¿Entender, o sentir?

No se tiene razón cuando se acusa a quien no ve el valor o la hermosura de lo que nos conmueve o encanta, de no entenderlo. Trátase aquí no tanto de lo que el entendimiento comprende como de lo que el sentimiento experimenta. Tienen, sin embargo, las facultades del alma tan grande conexión entre sí, que, las más veces, de las manifestaciones de la sensibilidad pueden deducirse las condiciones intelectivas. Vanas resultarían las dotes intelectuales para quien al mismo tiempo no tuviese un vivo sentimiento de lo bello y lo noble, sentimiento que sería el móvil de aplicarlas bien y con regularidad.


Immanuel Kant, Observaciones sobre el sentimiento de lo bello y lo sublime.
CALPE, Barcelona, 1919.

09 diciembre 2014

Escucha

Estar con quien se ama y pensar en otra cosa: es de esta manera como tengo los mejores pensamientos,  como invento lo mejor y más adecuado para mi trabajo. Ocurre lo mismo con el texto: produce en mí el mejor placer si llega a hacerse escuchar indirectamente,  si leyéndolo me siento llevado a levantar la cabeza a menudo, a escuchar otra cosa. No estoy necesariamente cautivado por el texto de placer; puede ser un acto sutil, complejo, sostenido, casi imprevisto: movimiento brusco de la cabeza como el de un pájaro que no oye nada de lo que escuchamos, que escucha lo que nosotros no oímos. 


Roland Barthes, El placer del texto.
Buenos Aires, Siglo XXI, 2014.

06 diciembre 2014

Cuestión de estilo

[…] vos te das cuenta cuando una persona está hablando con su voz más verdadera, más profunda. Eso da el estilo de la persona. El alumno que viene por primera vez al taller, por lo general tiene la idea de que debe tratar de escribir como se debe escribir. Todo el estilo personal está borrado, eliminado, y lo que recibís del alumno son penosos esfuerzos por meterse en un estilo convencional que él cree es lo mejor, lo ideal, porque lo recibió de distintas fuentes en las que él depositó gran confianza. En algún momento de su vida estas fuentes confiables le dijeron cómo se debe escribir. Todo esto no sirve para nada y hay que destruirlo. Hay que conseguir que el alumno pueda expresarse con su propia voz, su propio estilo. Vos te das cuenta cuando una persona está tratando de conseguir una voz convencional o cuando está diciendo las cosas tal como las siente.
[…]
Tanto cuando escucha como cuando lee, la gente todavía está muy encerrada en los contenidos. Juzga un texto por los contenidos. A veces incluso por los sonidos, por la combinación de palabras. Cuando alguien dice “me gustó mucho tu texto en la parte que decís tal cosa”, quiere decir que el texto no está bien, pero destaca algo que sobresalió, algo que fue pensado o salió por casualidad con una forma especialmente afortunada, que se despega del contexto, y que en cierto modo es un parche, una cosa fallida dentro del texto general. Entonces se rescata “al menos” eso. La gente presta atención a los contenidos, a los argumentos, a las afortunadas combinaciones de palabras, incluso a las ingeniosidades, que no tienen nada que ver con la literatura. Lo único que importa en literatura es el estilo. Una vez que se alcanzó eso se puede decir lo que quieras. Cualquier narración, cualquier cosa que pongas va a estar bien, se va ajustar perfectamente con lo que estás expresando. Puede ser algo desagradable, o nada edificante, pero ése sos vos, un ser único. El estilo personal es imposible de alcanzar con oficio. No hay oficio que lo pueda conseguir.


Entrevista a Mario Levrero, Revista Ñ.
http://www.clarin.com/rn/literatura/ficcion/Levrero-secreto-mejor-guardado_0_1261673839.html