28 marzo 2014

No se hace dedo así nomás

--[...] Ahí tenés que hacer dedo. Pero yo te voy a decir cómo.
  Daniel le miró los ojos vidriosos. Hacía una pausa después de cada cosa que decía, como si les diera tiempo a las palabras para que se acomodaran en la cabeza del otro.
  --No hacés dedo así nomás en el medio de la ruta. Tenés que ir a donde frenan los autos y los camiones y preguntarles si te pueden llevar. Eso de hacer dedo en el medio de la ruta es un bolazo de las películas. El tipo que viene a ciento sesenta está en otra dimensión, no va a frenar para llevar a un loco que camina en el medio del campo, ¿me entendés? Vos vas a una estación de servicio o a algún lugar donde están frenados, y les preguntás si te pueden llevar. Los que más te llevan son los camioneros. Si ves que el camionero es paraguayo, no te subís, son delincuentes. Y de noche le metés pata, ni pierdas tiempo. De noche nadie se anima a llevar gente, así que te conviene caminar. Yo una vuelta, sin darme cuenta, caminé de Holt hasta cerca de los puentes. Cuando aclaró y vi dónde estaba, no lo podía creer. Si la pegás y te lleva uno derecho a Buenos Aires, en medio día estás ahí. Si el que maneja te conversa, conversás; si ves que se queda callado, cerrás el pico. A mí uno, como me puse muy preguntón, cuando paró en una estación de servicio y yo fui a echar una meada, me dejó plantado. --El gordo Carboni miró hacía un costado como recordando y se rió.-- Si habré andado por ahí.[...]

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Pedro Mairal, Una noche con Sabrina Love, Aguilar, Buenos Aires, 1998.

23 marzo 2014

Kitsch musical

A veces el Kitsch se halla en el mensaje, a veces en la intención del que lo recibe o del que lo ofrece como producto distinto de aquello que realmente es. Por ejemplo, un modelo de Kitsch musical lo constituye el Concierto de Varsovia de Addinsell, con su acumulación de efectos patéticos y sugestiones imitativas ("¿oyes?, son los aviones que están bombardeando"), utilizando reclamos chopinianos a mansalva. Y es un modelo de disfrute Kitsch aquel fragmento de Malaparte en que describe (en La piel) una reunión de oficiales ingleses, en que se escuchan las notas de esta música, que al autor le parece en los primeros momentos Chopin, pero que luego se revela como un Chopin falso y adulterado, cuando uno de los presentes exclama con delicia: "Addinsell es nuestro Chopin". En este sentido, la mayor parte de la música considerada ritmo-sinfónica, en su deseo de amalgamar la gracia de la música de baile, la osadía del jazz y la dignidad del sinfonismo clásico, no consigue efectos distintos de los que consigue Addinsell. Pero cuando el compositor es un hombre dotado, puede ofrecer un producto que tenga una necesidad estructural, que pueda escapar al Kitsch y convertirse en un correcto producto medio, una agradable divulgación de los más arduos universos musicales.
Tal es, por ejemplo, la Rapsodia in blue, de Gershwin, al cual es imposible negar cierta originalidad de soluciones, y un considerable frescor al resucitar material folclórico americano en forma inopinada. Pero en el momento en que esta composición (legítimamente audible como distensivo y honesto estímulo de relajamiento y de fantasía) es interpretada en una gran sala de conciertos, dirigida por un director de frac, y escuchada por un público interesado en celebrar los ritos tradicionales del sinfonismo, se convierte inevitablemente en Kitsch, porque estimula reacciones no proporcionadas a sus intenciones y a sus posibilidades. Es descodificada siguiendo un código que no es el original.


Umberto Eco, Apocalípticos e integrados, Sudamericana, Buenos Aires, 2013.

11 marzo 2014

Televisión y libertad

En todas las cosas de la vida habría caos, si no introdujéramos reglas. Eso tampoco es todo. Para funcionar, el mercado necesita no sólo reglas, sino también una cierta cantidad de confianza, autodisciplina y cooperación. Por eso vuelvo a mi argumento de que la televisión tiene un enorme poder sobre la mente humana, un poder que no existió nunca antes. Si no restringimos su influencia, seguirá alejándonos de la civilización. Y al final del túnel, no hay nada más que violencia. Comencé a hacer sonar estas alarmas hace cuatro o cinco años, pero no han tenido ningún efecto. Sé que nadie quiere detener este terrible poder.

[...]

Todos en cierta forma compartimos la responsabilidad del gobierno, aunque no somos directamente parte de él. Pero nuestra responsabilidad compartida requiere libertad, muchas libertades: libertad de expresión, libre acceso a la información y libertad para impartirla, libertad para publicar, y muchas libertades más. Y un "exceso" de estatismo lleva a la falta de libertad. Pero existe también algo así como un "exceso" de libertad. Lamentablemente, se puede abusar de la libertad, al igual que del poder del estado. Uno puede abusar de la libertad de expresión y de prensa, por ejemplo, brindando información falsa o instigando a una revuelta. Casi del mismo modo, el poder del estado puede abusar con cualquier limitación a la libertad.
Necesitamos la libertad para impedir que el estado abuse de su poder, y necesitamos al estado para impedir el abuso de libertad. Este es un problema concreto que quizás nunca se resuelva en lo abstracto por medio de leyes; es necesaria una corte institucional, y buena voluntad más que nada en el mundo.



Karl Popper, entrevistado por Giancarlo Bosetti, en La lección de este siglo, Temas, Buenos Aires, 1998.