“[…] Vi que toda aquella gente ignoraba cuanto se puede ignorar de la Argentina. No tenían noticia ni de la existencia de uno solo de nuestros escritores de valer, a no ser de aquellos que habían pasado por Madrid, como Manuel Ugarte o Carlos Octavio Bunge. No es imposible que alguno conociera el nombre de Lugones, pero no le habían leído. Poetas célebres entre nosotros, como Rafael Obligado o José Hernández, eran ignorados por los escritores madrileños. Y lo peor me pareció su falta de curiosidad, pues jamás me preguntaron nada acerca de nuestra literatura, indiferencia que contrastaba con el interés de Marinetti, cuyas preguntas eran tan abundantes que debí quedarme un día más en Milán para contestárselas.
Tampoco me impresionó bien la superficialidad de las conversaciones. Jamás oí una frase profunda. Predominaba allí la afición al chiste, y no al chiste fino sino a aquel cuya gracia finca en la estupidez, al estilo del famoso: “el perro hace guau, el gato hace miau y el gas hace… tileno”. Horas y horas pasábanse esos poetas, críticos y cuentistas soltando gracias de semejante jaez, preguntando cuál era el colmo de esto o el colmo de lo otro. Si salían del inagotable tema era para hablar de toros o para despellejar a algún colega ausente.”
Manuel Gálvez, “XX. Intermedio madrileño (1906)”, en Recuerdos de la vida literaria; Amigos y maestros de mi juventud.