27 septiembre 2017

Castigo

CAÍN: ¿Y la condena?
TATITA: Destierro, Caín... Vas a andar sin detenerte y no te alcanzará la tierra. Tanto te gusta medir: medirás el mundo en pasos, en pies. Y te afincarás en una tierra un día y harás piedra sobre piedra tu ciudad amurallada, cagueta. Cascote sobre cascote. Encerrada. Y juntarás capitalito y por guardarlo harás los muros más altos todavía. Y fundarás bienes raíces pero vivirás desarraigado, temblando cada día de pensar en perderlo. Lo tuyo Caín, será el temblor. Y por ganar más perderás el sueño. Y si volvieras a encontrarlo tomarás capitalito por la nariz para alejarlo de nuevo y seguir juntando. Y cuando consumido, agotado, de rodillas quieras descansar, te vendrá a visitar el horror. Porque cuando no sumes ni restes ni dividas ni multipliques empezarás a pensar. Y con tal de no pensar preferirás no descansar nunca. Pero nunca. Serás el gran constructor de ciudades. Pero apenas aquerencies en una dejarás a los tuyos y buscarás edificar otra. Y otra.
[...]
TATITA: Amarás más a los inmuebles que a los hombres. Y llevarás adentro el peor de los castigos que alguien puede llevar. Pero el peor de todos: no querrás que te vaya mejor. Querrás que a los otros les vaya peor.


Mauricio Kartun, Terrenal. Pequeño misterio ácrata.
Atuel. Buenos Aires. 2014.

26 septiembre 2017

La tierra

El conquistador, que impuso esa norma de odio, codiciando aquí lo que había despreciado allá, se proclamó señor de la tierra, del hombre y de las cosas, a pesar de que no llegó a poseerlos ni a estimarlos más que como riqueza portátil. Porque el ansia de sumar extensión era justamente lo opuesto que se pueda imaginar al deseo de quedarse. La captura del ganado, el acopio de los productos, exigía otros métodos que la extracción del oro en las minas. Puesto que el indio los poseía, los rodeos y manadas eran tesoros y, arrebatárselos, una empresa de mayor mérito que cuidarlos y criarlos.  
En el campo, rodeando ganado, combatiendo al indígena, se forma un consorcio involuntario con ellos, se termina operando en función de ellos. En esta tierra el señor quedó abortado en el ganadero; no hubo en adelante señores, sino hombres ricos, y toda la tierra valdría por el animal. Así el medio físico triunfó de la ambición y la obligó a conformarse con lo que él quiso: cereal y ganado. Y aun le impuso terribles condiciones: el espíritu errátil, el afán de acumular, la vergüenza de la pobreza, la disolución del hogar, la imposibilidad de la cultura basada en el simple respeto y la vaciedad del amor.  
Significaba al mismo tiempo la victoria de la tierra vencida, en la vindicta de los hijos naturales encarnando la realidad preterida sobre el hombre triunfante. Fue la primera de las luchas victoriosas de América, del desierto, y el primer paso en la decadencia del hombre humillado bajo la apariencia del triunfo, en los preliminares encuentros con ella. Se daban la carne, el maíz y el trigo: el alimento, es decir, lo que apenas significaba algo en la vida civilizada; se obligaba al hijo de Europa y del siglo XVI en adelante, a someterse a la industria del primitivo; se le hacía retrogradar a la caverna para que pagara con el envilecimiento la fortuna. Los más dóciles a la deformación prevalecían; los que más se sometieron tenían razón. Vinieron a ser máquina, herramienta del ganado y del cereal; se convirtieron en pastores y en matarifes que iban a proveer de sustento al europeo, del que se habían apartado millas de siglos.  
A la conquista del territorio para la Corona siguió el otro absurdo de la conquista del alimento para el ausente y, al fin, este otro que es el tercer aspecto, el actual, igualmente lógico: la conquista de la riqueza para el capital extranjero en el ferrocarril, el frigorífico y el trust cerealista. Fueron términos en que se planteó la lucha y que decidiría la suerte de estas comarcas para muchos años; una pugna estupenda como quizá no hay otra en la historia: la tierra que conquista al conquistador, lo vence y lo obliga a que se convierta en servidor de todo aquello que le repugna profundamente. 



Ezequiel Martinez Estrada, Radiografía de La Pampa. Interzona, Buenos Aires, 2017.

24 septiembre 2017

Democracia y política

El conflicto político, en suma, designa la tensión entre el cuer-
po social estructurado, en el que cada parte tiene su sitio, y la
"parte sin parte", que desajusta ese orden en nombre de un
vacío principio de universalidad, de aquello que Balibar llama
la égaliberté, el principio de que todos los hombres son igua-
les en cuanto seres dotados de palabra. La verdadera política,
por tanto, trae siempre consigo una suerte de cortocircuito
entre el Universal y el Particular: la paradoja de un singulier
universel, de un singular que aparece ocupando el Universal y
desestabilizando el orden operativo "natural" de las relaciones
en el cuerpo social. Esta identificación de la no-parte con el
Todo, de la parte de la sociedad sin un verdadero lugar (o que
rechaza la subordinación que le ha sido asignada), con el
Universal, es el ademán elemental de la politización, que rea-
parece en todos los grandes acontecimientos democráticos,
desde la Revolución francesa (cuando el Tercer Estado se pro-
clamó idéntico a la nación, frente a la aristocracia y el clero),
hasta la caída del socialismo europeo (cuando los "foros" disi-
dentes se proclamaron representantes de toda la sociedad,
frente a la nomenklatura del partido). En este sentido, "políti-
ca" y "democracia" son sinónimos: el objetivo principal de la
política antidemocrática es y siempre ha sido, por definición,
la despolitización, es decir, la exigencia innegociable de que
las cosas "vuelvan a la normalidad", que cada cual ocupe su
lugar...

Slavoj Zizek - En defensa de la intolerancia. Sequitur, Madrid, 2008.