28 marzo 2017

Desigualdad

La desigualdad deriva del simple hecho de que el capital se constituye social e históricamente como un dominio de clase sobre el trabajo. La distribución de la renta y riqueza entre  capital  y  trabajo  tiene  que  ser  sesgada  para  que  el  capital  se  pueda reproducir. La igualdad en la distribución y el capital son cosas incompatibles. Ciertas disparidades en la distribución preceden de hecho al ascenso del capital. Los trabajadores deben ser desposeídos de la propiedad y el control sobre sus propios medios de producción si se quiere que se vean obligados al trabajo asalariado para sobrevivir. Esa condición referida a la distribución precede a la producción de plusvalor y debe mantenerse con el tiempo. Una vez que la circulación y acumulación de capital se generalizan, el nivel salarial debe mantenerse dentro de unos límites que permitan la obtención de beneficios. Cualquier intento de maximizar estos significa reducir los niveles salariales o incrementar la productividad del trabajo. La intensificación de la competencia entre capitales conduce a una reducción general de salarios, quiéranlo o no los capitalistas individuales. La proporción en que se reparte el excedente entre salarios y beneficios es consecuencia de cierta combinación de la escasez de mano de obra y el curso de la lucha de clases. La configuración resultante es geográficamente desigual.
La clase capitalista debe recibir una proporción suficiente del valor social producido que (a) la incentive proporcionándole condiciones de consumo privilegiadas como clase ociosa, y (b) entregue un excedente suficiente para mantener en marcha el motor económico del capital y su expansión acelerada y sin trabas. El «dilema fáustico» que acecha en el pecho de cada capitalista entre  el  disfrute  personal  y  la  reinversión  solo  se  puede  resolver  con  una considerable generación y apropiación de excedente. Siempre tiene que fluir una cantidad desproporcionada de excedente hacia el capital, a expensas del trabajo; esa es la única posibilidad para que el capital se reproduzca.

Harvey, David
Diecisiete contradicciones y el fin del capitalismo.
1.ª ed. — Quito: Editorial IAEN, 2014

03 marzo 2017

Modelo para desarmar y armar

12. El socialismo del siglo XXI tiene que reconstruir la idea de los derechos humanos sobre la base del respeto a todas las culturas
Occidente ha sido siempre una fuerza colonial imposibilitada, desde su razón moderna, para comprenderse, humildemente, como sólo una parte de la verdad. La forma de pensar de Occidente (la modernidad) le ha llevado a que, incluso cuando ha propuesto valores de carácter universal, haya impuesto directa o indirectamente sus valores propios (a partir del siglo XVIII, contaminados, además, de capitalismo voraz y estatismo homogeneizador). Los derechos humanos no son los derechos individuales del liberalismo que terminan, en nombre de una buena causa, siendo otro instrumento de opresión de unos países sobre otros o de unas ideologías sobre otras. Los derechos humanos deben reconstruirse como un diálogo entre los diferentes pueblos y culturas, entre las diferentes opciones políticas y las diferentes religiones.
Frente a propuestas de choque de civilizaciones, basadas en la supuesta incompatibilidad de valores y derechos humanos, el socialismo del siglo XXI debe hacer un esfuerzo en la línea del diálogo de civilizaciones, que reconozca la interculturalidad y la más eficaz construcción de la emancipación desde diferentes perspectivas que comparten, pese a los distintos presupuestos, un compromiso con una globalización alternativa. Frente a la mercantilización del mundo de vida puesto en marcha por la globalización neoliberal, existe una rica variedad de respuestas (provenientes de culturas indígenas, religiones, sensibilidades sexuales) que deben sumarse para recuperar ese espacio humano hurtado por la mercantilización neoliberal.
Esos nuevos derechos humanos deben tener como orientación compartida la recuperación de un aspecto dejado de lado por la concepción liberal occidental de los derechos humanos: el derecho a la propia alimentación. El derecho a la vida se conculca de manera aberrante cuando tres cuartas partes de la humanidad no pueden alimentarse. De poco sirve el reconocimiento formal de la libertad cuando esa libertad no puede ejercerse porque faltan el alimento y la instrucción necesarios para construir una vida digna. De igual manera, el libre acceso a los medicamentos necesarios debe formar parte de una concepción de los derechos humanos que sea defendida por la ONU, completada con el acceso a la cultura.

Juan Carlos Monedero, "Modelo para desarmar y armar"
http://www.voltairenet.org/article127151.html