31 diciembre 2013

Inducir a la conformidad

La misma estructura de los medios de comunicación está diseñada para inducir a la conformidad con respecto a la doctrina establecida. Resulta imposible, durante un lapso de tres minutos entre anuncios, o en setecientas palabras, presentar pensamientos poco familiares o conclusiones sorprendentes con los argumentos y la evidencia necesarios para dotarlos de cierta credibilidad. La regurgitación de beaterías bien aceptadas no se enfrenta con ese problema.


Noam Chomsky, Ilusiones necesarias, Terramar, La Plata, 2007.

Leer

Leer, por lo pronto, es una actividad posterior a la de escribir: más resignada, más civil, más intelectual.

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Jorge Luis Borges, prólogo a la primera edición de Historia universal de la infamia. Buenos Aires, 27 de mayo de 1935.

16 diciembre 2013

El barniz

--Está aquí, bajo la piel --dijo al fin--. En nuestros genes... Sólo las reglas artificiales, la cultura, el barniz de las sucesivas civilizaciones mantienen al hombre a raya de sí mismo. Convenciones sociales, leyes. Miedo al castigo.
  El otro escuchaba atento, el cigarrillo humeante colgado de los labios. Entornó de nuevo los párpados.
  --¿Y Dios?... ¿Es usted creyente, señor Faulques?
  --No fastidie, hombre.
  Se volvió a medias. Su ademán abarcaba a la gente sentada en las terrazas o que paseaba junto al muelle, con sus bronceados y sus pantalones cortos y sus niños y sus perros.
  --Mírelos. Tan civilizados dentro de lo que cabe, mientras no les cueste demasiado esfuerzo. Pidiendo las cosas por favor, quienes todavía lo hacen... Métalos en un cuarto cerrado, prívelos de lo imprescindible, y los verá destrozarse entre sí.
  Markovic los miraba también. Convencido.
  --Lo he visto --asintió--. Por un trozo de pan, o un cigarrillo. Y no digamos por seguir con vida.
  --Por eso sabe, como yo, que cuando el desastre devuelve al hombre al caos del que procede, todo ese civilizado barniz salta en pedazos, y otra vez es lo que era, o lo que siempre ha sido: un riguroso hijo de puta.


Arturo Pérez-Reverte, El pintor de batallas, Punto de lectura, Madrid, 2007.

12 diciembre 2013

El bruto trabajador

Ha redoblado su actualidad, en todo este tiempo, el comentario que el propio Perón me hizo a propósito del general Onganía, en el curso de aquella entrevista. Me dijo: "En el ejército decimos que hay cuatro clases de militares: el inteligente trabajador, que es hombre que sirve, con ése no hay problema; el inteligente haragán, al que hay que hacerlo trabajar; el bruto haragán, con el que no hay problema porque no sirve para nada, y, por último, el bruto trabajador: ése es el peligroso. Ése es Onganía". Me dijo, también, que se acercaban horas muy duras: "Vea", me dijo, "éste es un bruto con ideas propias. Va a pelear. No se va a ir así nomás, no: va a provocar la guerra civil entre los nacionalistas y los colonialistas. Desde ya se puede calcular que esa guerra nos va a costar un millón de muertos a los argentinos. Porque hay una proporción que se mantiene en este tipo de guerras. Y en la Argentina tenemos más de veinte millones de habitantes: haga el cálculo."


Eduardo Galeano, Nosotros decimos no. Crónicas 1963-1988, Siglo Veintiuno, Buenos Aires, 2013.

Conciencia alienada

La conciencia del país subdesarrollado es, por naturaleza, alienada. Siendo atrasada la estructura material que la sustenta, es sumisa por fuerza de los vínculos que la sujetan a las economías fuertes, de las que depende y que la explotan; siendo sumisa, es alienada, en el sentido de que no está en sí misma el origen de las decisiones referidas a su curso histórico. El fenómeno de la alienación, que es más general que el caso aquí considerado, toma rasgos particulares y se desdobla en varios aspectos específicos cuando lo examinamos desde la perspectiva de la dependencia particular que subyuga el país pobre a los más poderosos, que lo conducen. Se dice de un ser que es alienado cuando no está en posesión de su esencia; entre lo que es, como hecho, y lo que es, como esencia, media un intervalo que define la alienación. De este modo, lo que el ser es como esencia está, para él, distanciado, no se realizó aún su existencia real, sino que es un fin a alcanzar.


Álvaro Vieira Pinto, Consciência e realidade nacional, citado en Renato Ortíz, Otro territorio, Universidad Nacional de Quilmes, Buenos Aires, 1996.

Por otros medios

La fuerza militar y su estrategia bélica de 'golpear y huir' prefiguraron, anunciaron y encarnaron aquello que realmente estaba en juego en el nuevo tipo de guerra de la época de la modernidad líquida: ya no la conquista de un nuevo territorio, sino la demolición de los muros que impedían el flujo de los nuevos poderes globales fluidos; sacarle de la cabeza al enemigo todo deseo de establecer sus propias reglas para abrir de ese modo un espacio -hasta entonces amurallado e inaccesible- para la operación de otras armas (no militares) del poder. Se podría decir (parafraseando la fórmula clásica de Clausewitz) que la guerra de hoy se parece cada vez más a 'la promoción del libre comercio mundial por otros medios'.


Zygmunt Bauman, Modernidad líquida, FCE, Buenos Aires, 2004.

Realidad reducida

La América precolombina era vasta y diversa, y contenía modos de democracia que Europa no supo ver, y que el mundo ignora todavía. Reducir la realidad indígena americana al despotismo de los emperadores incas, o a las prácticas sanguinarias de la dinastía azteca, equivale a reducir la realidad de la Europa renacentista a la tiranía de sus monarcas o a las siniestras ceremonias de la Inquisición.


Eduardo Galeano, Cinco siglos de prohibición del arcoiris en el cielo americano, en Ser como ellos y otros artículos, Siglo Veintiuno, Buenos Aires, 2013.

09 octubre 2013

Texto y Música

La música propiamente griega es por completo música vocal: el lazo natural entre el lenguaje de las palabras y el lenguaje de la música no está roto todavía: y esto hasta tal grado, que el poeta era también necesariamente el que ponía música a su canción. Los griegos no llegaban a conocer una canción más que a través del canto: pero al oírlo sentían también la unidad intimísima de palabra y música. Nosotros, que nos hemos criado bajo el influjo de la grosería artística moderna, bajo el aislamiento de las artes, apenas somos ya capaces de disfrutar juntos el texto y la música. Nos hemos habituado precisamente a disfrutar, por separado, el texto en la lectura -por lo cual no nos fiamos de nuestro juicio cuando vemos recitar una poesía, representar un drama, y pedimos el libro- y la música en la audición. También encontramos soportable el texto más absurdo con tal de que la música sea bella: algo que a un griego le parecería propiamente una barbarie.


Friedrich Nietzsche, El drama musical griego (Escritos previos de El origen de la tragedia).
Terramar, Buenos Aires, 2010.

14 septiembre 2013

Burocracia

Sixto Martínez cumplió el servicio militar en un cuartel de Sevilla.
En medio del patio de ese cuartel, había un banquito. Junto al banquito, un soldado hacía guardia. Nadie sabía por qué se hacía la guardia del banquito. La guardia se hacía porque se hacía, noche y día, todas las noches, todos los días, y de generación en generación los oficiales transmitían la orden y los soldados la obedecían. Nadie nunca dudó, nadie nunca preguntó. Si así se hacía, y siempre se había hecho, por algo sería.
Y así siguió siendo hasta que alguien, no sé qué general o coronel, quiso conocer la orden original. Hubo que revolver a fondo los archivos. Y después de mucho hurgar, se supo.
Hacía treinta y un años, dos meses y cuatro días, un oficial había mandado montar guardia junto al banquito, que estaba recién pintado, para que a nadie se le ocurriera sentarse sobre la pintura fresca.


Eduardo Galeano, El libro de los abrazos. Siglo veintiuno, Buenos Aires, 2010.

Su propia música

Desde muy temprano he soñado con ser compositor o al menos director de orquesta. cuando aún era pequeño intenté arduamente componer la música para una ópera, para la que escribí el libretto y pinté la escenografía, pero fui incapaz de componerla porque me faltaba algo en el cerebro. En mi opinión sólo la música y la matemática exigen realmente cualidades innatas y una persona tiene que poseer herencia genética para trabajar en alguno de estos dos campos.
Recuerdo muy bien que cuando viví como refugiado en Nueva York durante la Segunda Guerra almorcé en una oportunidad con un gran compositor francés, Darius Milhaud. Le pregunté entonces: '¿Cuándo se convenció de que sería compositor?'. Me respondió que cuando era pequeño, en la cama, casi al dormirse, escuchaba una especie de melodía que no podía relacionar con ninguna música conocida. Más tarde descubrió que ésa ya era su propia música.


Claude Lévi-Strauss - Mito y significado. Alianza, Buenos Aires, 1986.

21 agosto 2013

Rubias

El mozo pasó a mi lado y dirigió una mirada suave al débil whisky con agua de mi vaso. Sacudí la cabeza y el mozo siguió de largo. Fue entonces cuando entró en el bar un verdadero sueño en forma de mujer. Por un instante me pareció que todo sonido se había apagado en el bar, que los dos graciosos habían cesado de negociar y que el borracho sentado en el taburete había dejado de mascullar; fue como cuando el director de orquesta golpea con la batuta en el atril, levanta los brazos y mantiene a todos en suspenso. Era delgada y bastante alta; llevaba un traje sastre de hilo blanco con un pañuelo de pintitas blancas y negras alrededor del cuello. El cabello era de color oro pálido como el de las princesas de los cuentos de hadas. El pequeño sombrero y el cabello dorado alrededor recordaban un pájaro en su nido. Los ojos eran de un color extraño, azul violáceo, y las pestañas largas y quizá demasiado claras. Se dirigió hacia la mesa de enfrente y empezó a sacarse los guantes blancos. El mozo se acercó en seguida y le apartó la mesa en tal forma y con tanta deferencia como ningún mozo del mundo me la hubiera apartado a mí de esa manera. La joven se sentó, aseguró los guantes con una cadenita de la cartera y agradeció al mozo con una sonrisa tan suave, tan exquisitamente pura, que el hombre casi quedó paralizado por la emoción. Ella le dijo algo en voz baja y el mozo, después de inclinarse hacia adelante, salió casi corriendo. He ahí un tipo que realmente tenía una misión en la vida.
Le clavé la vista y ella captó mi mirada. Levantó los ojos media pulgada y me pareció que había dejado de existir: Casi perdí el aliento.
Hay rubias y rubias, y hoy es casi una palabra que se toma en broma. Todas las rubias tienen su no se qué, excepto, tal vez, las metálicas, que son tan rubias como un zulú por debajo del color claro, y en cuanto al carácter, tan suave y blando como el empedrado de la vereda. Existe la rubia pequeña y agradable, que gorjea como los pájaros, y la rubia alta y estatuaria, que lo envuelve a uno en una mirada azul de hielo. Existe la rubia que lo mira a uno de arriba abajo y tiene un perfume encantador y resplandece tenuemente y se cuelga del brazo y está siempre muy, muy cansada cuando usted la acompaña a su casa. Ella hace ese gesto de impotencia y tiene ese maldito dolor de cabeza y a usted le gustaría aporrearla, aunque esté contento de haber descubierto lo del dolor de cabeza antes de haber invertido en ella demasiado tiempo, dinero y esperanzas. Porque el dolor de cabeza siempre estará así, es un arma que nunca deja de usarse, y tan mortífera como la espada del asesino o el frasco de veneno de Lucrecia.
Existe la rubia dulce, dispuesta y aficionada a la bebida, y que no le importa lo que lleva puesto -siempre que sea visón- o adónde va -siempre que sea el Starlight Roof y haya mucho champaña seco-. Existe la rubia pequeña y altiva que es una verdadera compañera y quiere pagar ella su cuenta y está llena de luz de sol y de sentido común, que sabe judo y puede lanzar al aire, por arriba del hombro, al conductor de un camión, sin perderse más de una frase del editorial del Saturday Review. Existe la rubia pálida, pálida, con anemia de tipo incurable, pero no fatal. Es muy lánguida y muy sombría y habla suavemente como salida de no sé dónde, y usted no le puede poner un dedo encima, en primer lugar porque no tiene ganas, y en segundo lugar porque ella está leyendo La tierra perdida o Dante en el original o Kafka o Kierkegaard, o porque estudia dialecto provenzal. Adora la música, y cuando la Filarmónica de Nueva York está tocando Hindemith, ella puede decirle a usted cuál de los seis contrabajos entró un cuarto de tiempo más tarde. He oído decir que Toscanini también es capaz de ello. Eso quiere decir que son dos.
Y, por último, existe la muñeca maravillosa y encantadora que sobrevive a tres reyes del hampa y después se casa con un par de millonarios a un millón por cabeza y termina con una villa de color rosa pálido en Cap d'Antibes, un coche Alfa Romeo completo, con chófer y acompañante, y una caballeriza de aristócratas enmohecidos a los que tratará con la atención distraída y afectuosa con que un anciano duque dice buenas noches a su criado.
Aquel sueño atravesado en mi camino no pertenecía a ninguna de esas categorías; ni siquiera era de este mundo. Era inclasificable; tan remota y clara como el agua de la montaña, tan evasiva como su color. Todavía la miraba, cuando oí junto a mí una voz que decía:
--Me he retrasado en forma imperdonable. Le ruego que me disculpe. Mi nombre es Howard Spencer. Usted es Marlowe, por supuesto.


Raymond Chandler, El largo adiós, Ed. Corregidor, Buenos Aires, 1973.

16 agosto 2013

Seguimos en la misma...

"El Citibank no figura como candidato en ninguna lista, en los pocos países latinoamericanos donde todavía se realizan elecciones; y ninguno de los generales que ejercen las dictaduras se llama Fondo Monetario Internacional. Pero ¿cuál es la mano que ejecuta y cuál la conciencia que ordena? Quien presta, manda."

Eduardo Galeano, Las venas abiertas de América Latina. 1977.


"En realidad los intereses que hoy están enfrentando este proyecto no van con nombre y apellido en las listas, tienen representantes, pero están afuera. Cuando Wall Street se pone contento, muchachos preocupémonos, porque cada vez que se pusieron contentos ellos, a nosotros nos fue muy mal en la Argentina."

Discurso de la Presidenta Cristina Fernández de Kirchner. 14 de Agosto 2013.


13 agosto 2013

La patria es el otro

[...] en un mundo globalizado en que las estrategias de la derechas nacionales se diseñan en el imperio y se comunican por medio de las embajadas, ¿dónde está la patria? La patria sería nuestra Suramérica, agredida por el poder mediático extraterritorial, que apela a la mentira, al escarnio. ¿Qué puede un neogandhismo contra un poder globalizado, colonialista y bélico? El otro, el otro que quiere la patria para él y para sus socios, ni siquiera decide y actúa desde la patria. Para ellos, la patria ha muerto. Es un concepto arcaico. Pertenece al cajón de trastos usados de los populismos nacionalistas. Ya no hay patria. Hay intereses globalizados.
[...] Habrá, pese a todo, que insistir con la frase: “La patria es el otro”. Porque es nueva. Porque nunca se propuso en este país. Pero no será aconsejable olvidar que ellos, el poder, el establishment, los monopolios, jamás pensarán que la patria son los otros. Sino que pensarán lo que siempre pensaron: que son ellos, solamente y nadie más que ellos.


José Pablo Feinmann, Alcances y límites del concepto “la patria es el otro”, nota publicada en diario Pagina 12, 30-06-2013.
Link: http://www.pagina12.com.ar/diario/contratapa/13-223384-2013-06-30.html

21 julio 2013

Libre C

Como Inglaterra, Estados Unidos también exportará, a partir de la Segunda Guerra Mundial, la doctrina del libre cambio, el comercio libre y la libre competencia, pero para el consumo ajeno. El Fondo Monetario Internacional y el Banco Mundial nacerán juntos para negar, a los países subdesarrollados, el derecho de proteger sus industrias nacionales, y para desalentar en ellos la acción del Estado. Se atribuirán propiedades curativas infalibles a la iniciativa privada. Sin embargo, los Estados Unidos no abandonarán una política económica que continúa siendo, en la actualidad, rigurosamente proteccionista, y que por cierto presta buen oído a las voces de la propia historia: en el norte, nunca confundieron la enfermedad con el remedio.

Eduardo Galeano, Las venas abiertas de América Latina, Catálogos, Buenos Aires, 2009.

14 julio 2013

Un Mandamás

Las leyes son el esqueleto de las sociedades; pero su salud o su enfermedad, sus necesidades terapéuticas o quirúrgicas se determinan a partir del conocimiento previo y el examen del estado de ciertas partes externas y de sus órganos vitales: el comercio, la industria, las artes, los sueños de su pueblo y sus sufrimientos. En fin, toda esa parte mutable de las comuniones humanas, cambiante y huidiza, que solo los fuertes observadores, con gran inteligencia, pueden percibir durante algunos instantes y así sugerir los remedios eficaces para tal o cual caso.
Como decía, sin embargo, en Bruzundanga, en general, el Mandamás es elegido de entre los abogados. Pero no crean que de entre los más notables, no señor: surge y es señalado de entre los más necios y mediocres. Casi siempre es un leguleyo pueblerino que, luego de recibirse, es decir, desde los primeros años de su juventud y hasta los cuarenta, edad en que es hecho diputado provincial, no ha tenido otro ambiente más que el de su pequeña ciudad de cinco o diez mil habitantes ni otra lectura que la del periódico y los libros necesarios para su formación, ni otro roce social que no sea el del tabernero o el médico locales, del profesor y de algún hacendado menos perezoso, con los que juega al truco en el fondo de la taberna.
Es este hombre que así ha vivido la mejor parte de su vida, es este hombre que solo ha visto la vida de su patria desde la pacatería de casi una aldea, es este hombre que no ha conocido más que a su camada y que a quien su necio orgullo de doctor pueblerino lo ha llevado a tener un desdén bonachón por los inferiores, es este hombre el que ha empleado veinte años más o menos conversando con el tabernero sobre las intrigas políticas de su terruño, es este hombre cuya cultura artística se ha basado en girar la manija del gramófono familiar, es este hombre cuya única habilidad ha sido la de contar anécdotas, es este hombre, señores míos, el que después de haber sido diputado provincial, general, senador, gobernador va a ser el Mandamás de Bruzundanga.
[...]
Los preponderantes e influyentes tienen todo el interés del mundo en no hacer subir a los inteligentes, a los ilustrados, a los que entienden de muchas cosas. Tratan de que se destaque un mediocre razonable que tenga más ambiciones de subsidios que vanidad de poder.


Lima Barreto, Los bruzundangas, Ed. Vestales, Buenos Aires, 2008.

20 mayo 2013

¿Los leíste todos?

Umberto Eco: A los que vienen a mi casa la primera vez, descubren mi biblioteca y no encuentran nada mejor que preguntarme: "¿Los has leído todos?", tengo diferentes maneras de responder. Un amigo mío contestaba: "Aún más, señor, aún más".
Por mi parte, tengo dos respuestas; la primera es: "No, estos libros son los que tengo que leer la semana que viene. Los que ya he leído están en la universidad". La segunda respuesta es: "No he leído ninguno de estos libros. Si no, ¿para qué los tendría?". Obviamente, hay otras respuestas, más polémicas, para humillar aún más al interlocutor y frustrarlo. La verdad es que todos nosotros tenemos en casa decenas, o centenares, a veces millares (si nuestra biblioteca es imponente) de libros que no hemos leído. Con todo, un día u otro acabamos por coger uno de esos libros y darnos cuenta de que ya lo conocemos. ¿Entonces? Hay una primera explicación ocultista que no hago mía: circulan ondas, desde el libro hasta nosotros. Segunda explicación: en el curso de los años no es verdad que nunca hayamos abierto ese libro, lo hemos cambiado de sitio muchas veces, quizá incluso hojeado, aunque no te acuerdes. Tercera respuesta: durante estos años has leído muchísimos libros que citaban a este libro, que así ha acabado resultándote familiar. Hay pues muchos modos de saber algo de los libros que no hemos leído. Afortunadamente. De otro modo, ¿Cómo podríamos encontrar el tiempo para releer cuatro veces el mismo libro?
[...]
Jean-Claude Carrière: Una biblioteca no está formada a la fuerza por libros que hemos leído o que leeremos un día; en efecto, es muy importante aclararlo. Una biblioteca recoge los libros que podemos leer, o que podríamos leer, aunque luego no los leamos nunca.
Umberto Eco: La biblioteca es la garantía de un saber.


Umberto Eco, Jean-Claude Carrière, Jean-Philippe de Tonnac, Nadie acabará con los libros, Sudamericana, Buenos Aires, 2012.

10 mayo 2013

Los almacenes de la memoria

Los archivos, las bibliotecas, son las celdas frigoríficas en las que almacenamos la memoria, de modo que el espacio cultural no quede completamente ocupado pero, al mismo tiempo, no tengamos que renunciar a lo que un día podría interesarnos. Si lo deseamos, en el futuro siempre podremos volver sobre lo que hemos almacenado.
Es probable que un historiador pueda encontrar los nombres de todos los que participaron en la batalla de Waterloo, pero estos nombres no se enseñan en la escuela, ni tampoco en la universidad, porque son detalles innecesarios, o aun peligrosos.
Pongo otro ejemplo. Lo sabemos todo sobre Calpurnia, la última mujer de César, hasta los idus de marzo, fecha del asesinato, cuando ella le desaconsejaba que vaya al Senado porque ha tenido un mal sueño. Tras la muerte de César, no sabemos nada más de Calpurnia. Desaparece de nuestra memoria. ¿Por qué? Porque ya no es útil tener información sobre esta mujer. Y no porque, como se podría sospechar, era una mujer. También Clara Schumann lo era, pero de ella lo sabemos todo, incluso después de la muerte de Robert. La cultura, por lo tanto, es esa selección. La cultura contemporánea, al contrario, mediante internet, nos inunda de detalles sobre todas las Calpurnia del planeta, todos los días, minuto a minuto, por lo que un niño que tenga que hacer un búsqueda para cumplir con sus deberes escolares puede tener la sensación de que Calpurnia es tan importante como César.


Umberto Eco, Jean-Claude Carrière, Jean-Philippe de Tonnac, Nadie acabará con los libros, Sudamericana, Buenos Aires, 2012.

01 mayo 2013

Los Palmares

[...] los esclavos cimarrones de Brasil habían organizado el reino negro de los Palmares, en el nordeste de Brasil, y victoriosamente resistieron, durante todo el siglo XVII, el asedio de las decenas de expediciones militares que lanzaron para abatirlo, una tras otra, los holandeses y los portugueses. Las embestidas de millares de soldados nada podían contra las tácticas guerrilleras que hicieron invencible, hasta 1693, el vasto refugio. El reino independiente de los Palmares -convocatoria a la rebelión, bandera de la libertad- se había organizado como un estado "a semejanza de los muchos que existían  en África en el siglo XVII". Se extendía desde las vecindades del Cabo de Santo Agostinho, en Pernambuco, hasta la zona norteña del río San Francisco, en Alagoas: equivalía a la tercera parte del territorio de Portugal y estaba rodeado por un espeso cerco de selvas salvajes. El jefe máximo era elegido entre los más hábiles y sagaces: reinaba el hombre "de mayor prestigio y felicidad en la guerra o en el mando". En plena época de las plantaciones azucareras omnipotentes, Palmares era el único rincón de Brasil donde se desarrollaba el policultivo. Guiados por la experiencia adquirida por ellos mismos o por sus antepasados en las sabanas y en las selvas tropicales de África, los negros cultivaban el maíz, el boniato, los frijoles, la mandioca, las bananas y otros alimentos. No en vano, la destrucción de los cultivos aparecía como el objetivo principal de las tropas coloniales lanzadas a la recuperación de los hombres que, tras la travesía del mar con cadenas en los pies, habían desertado de las plantaciones.
La abundancia de alimentos de Palmares contrastaba con las penurias que, en plena prosperidad, padecían las zonas azucareras del litoral. Los esclavos que habían conquistado la libertad la defendían con habilidad y coraje porque compartían sus frutos: la propiedad de la tierra era comunitaria y no circulaba el dinero en el estado negro. "No figura en la historia universal ninguna rebelión de esclavos tan prolongada como la de Palmares. La de Espartaco, que conmovió el sistema esclavista más importante de la antigüedad, duró dieciocho meses." Para la batalla final, la corona portuguesa movilizó el mayor ejército conocido hasta la muy posterior independencia de Brasil. No menos de diez mil personas defendieron la última fortaleza de Palmares; los sobrevivientes fueron degollados, arrojados a los precipicios o vendidos a los mercaderes de Río de Janeiro y Buenos Aires.
Dos años después, el jefe Zumbi, a quien los esclavos consideraban inmortal, no pudo escapar a una traición. Lo acorralaron en la selva y le cortaron la cabeza. Pero las rebeliones continuaron. No pasaría mucho tiempo antes de que el capitán Bartolomeu Bueno Do Prado regresara del río das Mortes con sus trofeos de la victoria contra una nueva sublevación de esclavos. Traía tres mil novecientos pares de orejas en las alforjas de los caballos.


Eduardo Galeano, Las venas abiertas de América Latina, Catálogos, Buenos Aires, 2009.

30 enero 2013

Un rey sin dominio

     En opinión de Proudhon, "la democracia no es sino una arbitrariedad constitucional". El proclamar soberano al pueblo fue una "artimaña" de nuestros padres. En realidad, el pueblo es un rey sin dominio, el mono que remeda a los monarcas y que de la majestad y la munificencia reales sólo conserva el título. Reina sin gobernar. Al delegar su soberanía por el ejercicio periódico del sufragio universal, cada tres o cinco años renueva su abdicación. El príncipe fue expulsado del trono, pero se ha mantenido la realeza, perfectamente organizada en las manos del pueblo, cuya educación se descuida adrede. La papeleta del voto es una hábil superchería que sirve únicamente a los intereses de la coalición de barones de la propiedad, el comercio y la industria.
     Pero la teoría de la soberanía del pueblo lleva en sí su propia negación. Si el pueblo entero fuese verdaderamente soberano, no habría más gobierno ni gobernados. El soberano quedaría reducido a cero. El Estado no tendría ya ninguna razón de ser, se identificaría con la sociedad y desaparecería dentro de la organización industrial.
     Para Bakunin, "en lugar de ser garantía para el pueblo, el sistema representativo crea y garantiza la existencia permanente de una aristocracia gubernamental opuesta al pueblo". El sufragio universal es una trampa, un señuelo, una válvula de seguridad, una máscara tras la cual "se esconde el poder realmente despótico del Estado, cimentado en la banca, la policía y el ejército", "un medio excelente para oprimir y arruinar a un pueblo en nombre y so pretexto de una supuesta voluntad popular".


Daniel Guèrin, El anarquismo. Colección Utopía libertaria, Buenos Aires, 2008.

15 enero 2013

Sumisión de corazón

Pero lo que Julián no sabía, lo que se guardaban muy bien de decirle era que alcanzar el primer puesto en los diferentes cursos de dogma, de historia eclesiástica, etc., etc., que se seguían en el seminario no era, a sus ojos, más que un pecado espléndido. Desde Voltaire, desde el gobierno de las dos Cámaras, que no es en el fondo otra cosa que confianza y examen personal y que da al espíritu de los pueblos esa mala costumbre de desconfiar, la Iglesia de Francia parece haber comprendido que los libros son sus verdaderos enemigos. Sólo la sumisión de corazón tiene mérito a sus ojos. Triunfar en los estudios, aún sagrados, le resulta sospechoso y con razón. ¿Quién impedirá al hombre superior pasarse al otro lado como Sieyès o Grégoire? La Iglesia temblorosa se agarra al Papa como la única tabla de salvación. Sólo el Papa puede tratar de paralizar el examen personal y, gracias a las pompas y fastos religiosos de las ceremonias de su corte, hacer alguna impresión en el espíritu aburrido y enfermo de las gentes del mundo.


Stendhal, Rojo y negro. Hyspamérica, Buenos Aires, 1982.