31 agosto 2010

Ciencia

"La ciencia es una escuela de modestia, de valor intelectual y de tolerancia: muestra que el pensamiento es un proceso, que no hay gran hombre que no se haya equivocado, que no hay dogma que no se haya desmoronado ante el embate de los nuevos hechos."


Ernesto Sábato, en Uno y el universo.

28 agosto 2010

Consejos del viejo Vizcacha

Me parece que lo veo
con su poncho calamaco.
Después de echar un buen taco
ansí principiaba a hablar:
-"Jamás llegués a parar
a donde veas perros flacos.

El primer cuidao del hombre
es defender el pellejo.
Lleváte de mi consejo,
fijáte bien en lo que hablo:
el diablo sabe por diablo,
pero más sabe por viejo."

"Hacéte amigo del juez,
no le des de qué quejarse;
y cuando quiera enojarse
vos te debés encojer,
pues siempre es güeno tener
palenque ande ir a rascarse."

"No andés cambiando de cueva,
hacé las que hace el ratón:
conserváte en el rincón
en que empesó tu esistencia:
vaca que cambia querencia
se atrasa en la parición."

"No olvidés, Fierro,
que el hombre no debe crer
en lágrimas de mujer
ni en la renguera del perro."

"El que gana su comida
bueno es que en silencio coma.
ansina vos ni por broma
querrás llamar la atención:
nunca escapa el cimarrón
si dispara por la loma."

"Yo voy donde me conviene
y jamás me descarrío.
Lleváte el ejemplo mío,
y llenarás la barriga.
Aprendé de las hormigas:
no van a un noque vacío."

"A naides tengás envidia:
es muy triste el envidiar.
Cuando veas a otro ganar,
a estorbarlo no te metas:
cada lechón en su teta
es el modo de mamar."

"Si buscás vivir tranquilo
dedicáte a solteriar;
mas si te querés casar,
con esta alvertencia sea:
que es muy dificil guardar
prendas que otros codicean."

"Las armas son necesarias,
pero naides sabe cuándo;
ansina, si andás pasiando,
y de noche sobre todo,
debés llevarlo de modo
que al salir salga cortando."

"Los que no saben guardar
son pobres aunque trabajen;
nunca por más que se atajen,
se librarán del cimbrón;
al que nace barrigón
es al ñudo que lo fajen."

Con estos consejos y otros
que yo en mi memoria encierro
y que aquí no desentierro
educándome seguía
hasta que al fin dormía,
mesturao entre los perros.


José Hernández, Consejos del viejo Vizcacha, en el Martin Fierro.

23 agosto 2010

Puto el que lee esto



Nunca encontré una frase mejor para comenzar un relato. Nunca, lo juro por mi madre que se caiga muerta. Y no la escribió Joyce, ni Faulkner, ni Jean-Paul Sartre, ni Tennessee Williams, ni el pelotudo de Góngora.
Lo leí en un baño público en una estación de servicio de la ruta. Eso es literatura. Eso es desafiar al lector y comprometerlo. Si el tipo que escribió eso, seguramente mientras cagaba, con un cortaplumas sobre la puerta del baño, hubiera decidido continuar con su relato, ahí me hubiese tenido a mí como lector consecuente. Eso es un escritor. Pum y a la cabeza. Palo y a la bolsa. El tipo no era, por cierto, un genuflexo dulzón ni un demagogo. "Puto el que lee esto", y a otra cosa. Si te gusta bien y si no también, a otra cosa, mariposa. Hacete cargo y si no, jodete. Hablan de aquel famoso comienzo de Cien años de soledad, la novelita rococó del gran Gabo. "Muchos años después, frente al pelotón de fusilamiento..." Mierda. Mierda pura. Esto que yo cuento, que encontré en un baño público, es muy superior y no pertenece seguramente a nadie salido de un taller literario o de un cenáculo de escritores pajeros que se la pasan hablando de Ross Macdonald.
Ojalá se me hubiese ocurrido a mí un comienzo semejante. Ese es el golpe que necesita un lector para quedar inmovilizado. Un buen patadón en los huevos que le quite el aliento y lo paralice. Ahí tenés, escapate ahora, dejá el libro y abandoname si podés.
No me muevo bajo la influencia de consejos de maricones como Joyce o el inútil de Tolstoi. Yo sigo la línea marcada por un grande, Carlos Monzón, el fantástico campeón de los medio medianos. Pumba y a la lona. Paf... el piñazo en medio de la jeta y hombre al suelo. Carlitos lo decía claramente, con esa forma tan clara que tenía para hablar. "Para mí el rival es un tipo que le quiere sacar el pan de la boca a mis hijos." Y a un hijo de puta que pretenda eso hay que matarlo, estoy de acuerdo.
El lector no es mi amigo. El lector es alguien que les debe comprar el pan a mis hijos leyendo mis libros. Así de simple. Todo lo demás es cartón pintado. Entonces no se puede admitir que alguien comience a leer un libro escrito por uno y lo abandone. O que lo hojee en una librería, lea el comienzo, lo cierre y se vaya como el más perfecto de los cobardes. Allí tiene que quedar atrapado, preso, pegoteado. "Puto el que lee esto." Que sienta un golpe en el pecho y se dé por aludido, si tiene dignidad y algo de virilidad en los cojones.
"Es un golpe bajo", dirá algún crítico amanerado, de esos que gustan de Graham Greene o Kundera, de los que se masturban con Marguerite Yourcenar, de los que leen Paris Review y están suscriptos en Le Monde Diplomatique. ¡Sí, señor -les contesto-, es un golpe bajo! Y voy a pegarles uno, cien mil golpes bajos, para que me presten atención de una vez por todas. Hay millones de libros en los estantes, es increíble la cantidad alucinante de pelotudos que escriben hoy por hoy en el mundo y que se suman a los que ya han escrito y escribirán. Y los que han muerto, los cementerios están repletos de literatos. No se contentan con haber saturado sus épocas con sus cuentos, ensayos y novelas, no. Todos aspiraron a la posteridad, todos querían la gloria inmortal, todos nos dejaron los millones de libros repulsivos, polvorientos, descuajeringados, rotosos, encuadernados en telas apolilladas, con punteras de cuero, que aún joden y joden en los estantes de las librerías. Nadie decidió, modesto, incinerarse con sus escritos. Decir: "Me voy con rumbo a la quinta del Ñato y me llevo conmigo todo lo que escribía, no los molesto más con mi producción", no. Ahí están los libros de Molière, de Cervantes, de Mallea, de Corín Tellado, jodiendo, rompiendo las pelotas todavía en las mesas de saldos.
Sabios eran los faraones que se enterraban con todo lo que tenían: sus perros, sus esposas, sus caballos, sus joyas, sus armas, sus pergaminos llenos de dibujos pelotudos, todo. Igual ejemplo deberían seguir los escritores cuando emprenden el camino hacia las dos dimensiones, a mirar los rabanitos desde abajo, otra buena frase por cierto. "Me voy, me muero, cagué la fruta -podría ser el postrer anhelo-. Que entierren conmigo mis escritos, mis apuntes, mis poemas, que total yo no estaré allí cuando alguien los recite en voz alta al final de una cena en los boliches." Que los quemen, qué tanto. Es lo que voy a hacer yo, téngalo por seguro, señor lector. Millones de libros, entonces, de escritores importantes y sesudos, de mediocres, tontos y banales, de señoras al pedo que decidían escribir sus consejos para cocinar, para hacer punto cruz, para enseñar cómo forrar una lata de bizcochos. Pelotudos mayores que dedicaron toda su vida, toda, al estudio exhaustivo de la vida de los caracoles, de los mamboretás, de los canguros, de los caballos enanos. Pensadores que creyeron que no podían abandonar este mundo sin dejar a las generaciones futuras su mensaje de luz y de esclarecimiento. Mecánicos dentales que supusieron urgente plasmar en un libro el porqué de la vital adhesividad de la pasta para las encías, señoras evolucionadas que pensaron que los niños no podrían llegar a desarrollarse sin leer cómo el gnomo Prilimplín vive en una estrella que cuelga de un sicomoro, historiadores que entienden imprescindible comunicar al mundo que el duque de La Rochefoucauld se hacía lavativas estomacales con agua alcanforada tres veces por día para aflojar el vientre, biólogos que se adentran tenazmente en la insondable vida del gusano de seda peruano, que cuando te descuidás te la agarra con la mano.
Allí, a ese mar de palabras, adjetivos, verbos y ditirambos, señores, hay que lanzar el nuevo libro, el nuevo relato, la nueva novela que hemos escrito desde los redaños mismos de nuestros riñones. Allí, a ese interminable mar de volúmenes flacos y gordos, altos y bajos, duros y blandos, hay que arrojar el propio, esperando que sobreviva. Un naufragio de millones y millones de víctimas, manoteando desesperadamente en el oleaje, tratando de atraer la atención del lector desaprensivo, bobo, tarado, que gira en torno a una mesa de saldos o novedades con paso tardío, distraído, pasando apenas la yema de sus dedos innobles sobre la cubierta de los libros, cautivado aquí y allá por una tapa más luminosa, un título más acertado, una faja más prometedora. Finge. El lector finge. Finge erudición y, quizás, interés. Está atento, si es hombre, a la minita que en la mesa vecina hojea frívolamente el último best-seller, a la señora todavía pulposa que parece abismarse en una novedad de autoayuda. Si es mujer, a la faja con el comentario elogioso del gurú de turno. Si es niño, a la musiquita maricona que despide el libro apenas lo abre con sus deditos de enano.
Y el libro está solo, feroz y despiadadamente solo entre los tres millones de libros que compiten con él para venderse. Sabe, con la sabiduría que le da la palabra escrita, que su tiempo es muy corto. Una semana, tal vez. Dos, con suerte. Después, si su reclamo no fue atractivo, si su oferta no resultó seductora, saldrá de la mesa exclusiva de las novedades VIP diríamos, para aterrizar en algún exhibidor alternativo, luego en algún estante olvidado, después en una mesa de saldos y por último, en el húmedo y oscuro depósito de la librería, nicho final para el intento fracasado. Ya vienen otros -le advierten-, vendete bien que ya vienen otros a reemplazarte, a sacarte del lugar, a empujarte hacia el filo de la mesa para que te caigas y te hagas mierda contra el piso alfombrado.
No desaparecerá tu libro, sin embargo, no, tenelo por seguro. Sea como fuere, es un símbolo de la cultura, un icono de la erudición, vale por mil alpargatas, tiene mayor peso específico que una empanada, una corbata o una licuadora. Irá, eso sí, con otros millones, al depósito oscuro y maloliente de la librería. No te extrañe incluso que vuelva un día, como el hijo pródigo, a la misma editorial donde lo hicieron. Y quede allí, al igual que esos residuos radioactivos que deben pasar una eternidad bajo tierra, encerrados en cilindros de baquelita, teflón y plastilina para que no contaminen el ambiente, hasta que puedan convertirse en abono para las macetas de las casas solariegas.
De última, reaparecerá de nuevo, Lázaro impreso, en la mano de algún boliviano indocumentado, junto a otros dos libros y una birome, como oferta por única vez y en carácter de exclusividad, a bordo de un ómnibus de línea o un tren suburbano, todo por el irrisorio precio de un peso. Entonces, caballeros, no esperen de mí una lucha limpia. No la esperen. Les voy a pegar abajo, mis amigos, debajo del cinturón, justo a los huevos, les voy a meter los dedos en los ojos y les voy a rozar con mi cabeza la herida abierta de la ceja.
"Puto el que lee esto."
John Irving es una mentira, pero al menos no juega a ser repugnante como Bukowski ni atildadamente pederasta como James Baldwin. Y dice algo interesante uno de sus personajes por ahí, creo que en El mundo según Garp: "Por una sola cosa un lector continúa leyendo. Porque quiere saber cómo termina la historia". Buena, John, me gusta eso. Te están contando algo, querido lector, de eso se trata. Tu amigo Chiquito te está contando, por ejemplo en el club, cómo al imbécil de Ernesto le rompieron el culo a patadas cuando se puso pesado con la mujer de Rodríguez. Vos te tenés que ir, porque tenés que trabajar, porque dejaste la comida en el horno, o el auto mal estacionado, o porque tu propia mujer te va a armar un quilombo de órdago si de nuevo llegás tarde como la vez pasada. Pero te quedás, carajo. Te quedás porque si hay algo que tiene de bueno el sorete de Chiquito es que cuenta bien, cuenta como los dioses y ahora te está explicando cómo el boludo de Ernesto le rozaba las tetas a la mujer de Rodríguez cada vez que se inclinaba a servirle vino y él pensaba que Rodríguez no lo veía. No te podés ir a tu casa antes de que Chiquito termine con su relato, entendelo. Mirás el reloj como buen dominado que sos, le pedís a Chiquito que la haga corta, calculás que ya te habrá llevado el auto la grúa, que ya se te habrá carbonizado la comida en el horno, pero te quedás ahí porque querés eso que el maricón de John Irving decía con tanta gracia: querés saber cómo termina la historia, querido, eso querés.
Entonces yo, que soy un literato, que he leído a más de un clásico, que he publicado más de tres libros, que escribo desde el fondo mismo de las pelotas, que me desgarro en cada narración, que estudio concienzudamente cómo se describe y cómo se lee, que me he quemado las pestañas releyendo a Ezra Pound, que puedo puntuar de memoria y con los ojos cerrados y en la oscuridad más pura un texto de setenta y ocho mil caracteres, que puedo dictaminar sin vacilación alguna cuándo me enfrento con un sujeto o con un predicado, yo, señores, premio Cinta de Plata 1989 al relato costumbrista, pese a todo, debo compartir cartel francés con cualquier boludo. Mi libro tendrá, como cualquier hijo de vecino, que zambullirse en las mesas de novedades junto a otros millones y millones de pares, junto al tratado ilustrado de cómo cultivar la calabaza y al horóscopo coreano de Sabrina Pérez, junto a las cien advertencias gastronómicas indispensables de Titina della Poronga y las memorias del actor iletrado que no puede hacer la O ni con el culo de un vaso, pero que se las contó a un periodista que le hace las veces de ghost writer. Y no estaré allí yo para ayudarlo, para decirle al lector pelotudo que recorre con su vista las cubiertas con un gesto de desdén obtuso en su carita: "Éste es el libro. Éste es el libro que debe comprar usted para que cambie su vida, caballero, para que se le abra el intelecto como una sandía, para que se ilustre, para que mejore su aliento de origen bucal, estimule su apetito sexual y se encame esta misma noche con esa potra soñada que nunca le ha dado bola".
Y allí estará la frase, la que vale, la que pega. El derechazo letal del Negro Monzón en el entrecejo mismo del tano petulante, el trompadón insigne que sacude la cabeza hacia atrás y hacia adelante como perrito de taxi y un montón de gotitas de sudor, de agua y desinfectante que se desprenden del bocho de ese gringo que se cae como si lo hubiese reventado un rayo. "Puto el que lee esto." Aunque después el relato sea un cuentito de burros maricones como el de Platero y yo, con el Angelus que impregna todo de un color malva plañidero. Aunque la novela después sea la historia de un seminarista que vuelve del convento. Aunque el volumen sea después un recetario de cocina que incluya alimentos macrobióticos.
No esperen, de mí, ética alguna. Sólo puedo prometerles, como el gran estadista, sangre, sudor y lágrimas en mis escritos. El apetito por más y la ansiedad por saber qué es lo que va a pasar. Porque digo que es puto el que lee esto y lo sostengo. Y paso a contarles por qué lo afirmo, por qué tengo autoridad para decirlo y por qué conozco tanto sobre su intimidad, amigo lector, mucho más de lo que usted nunca hubiese temido imaginar. Sí, a usted le digo. Al que sostiene este libro ahora y aquí, el que está temiendo, en suma, aparecer en el renglón siguiente con nombre y apellido. Nombre y apellido. Con todas las letras y hasta con el apodo. A usted le digo. 


Roberto Fontanarrosa, texto que encontré en internet.

21 agosto 2010

Un gato negro


"Un gato negro, que dormía enroscado en el diván, se estiró como si fuera de goma. Hacía un gran esfuerzo para mantener los ojos abiertos. Saltó y caminó hacia Marlowe; dijo miau, se acarició una y otra vez en su pantalón y luego se sentó frente a él. Clavó sus ojos en los del detective.
-Siempre hace lo mismo, como si me reprochara algo. Llegó un día, hace dos años. Estaba en la ventana, mirando hacia el interior. Abrí el postigo, pero en lugar de escapar se quedó mirándome. Estaba flaco y sarnoso, tenía mugre y una mirada triste que no me sacaba de encima. 'Es lo único que te falta, Marlowe', me dije, y lo hice entrar. Ese día no fui a la oficina. Le puse alcohol en la sarna y le di de comer. Nunca llora ni me agradece nada. Salta por la claraboya y se va de paseo. Cuando estoy muy deprimido se acuesta a dormir. Un día descubrí que era él quien estaba deprimido y me fui a la cama, pero no pude dormir por que sus ojos brillaban demasiado en la oscuridad."


Osvaldo Soriano, en Triste, solitario y final.

19 agosto 2010

De querer eternizar

"Por que no hay una felicidad absoluta, pensaba. Apenas se nos da en fugaces y frágiles momentos, y el arte es una manera de eternizar (de querer eternizar) esos instantes de amor o de éxtasis; y porque todas nuestras esperanzas se convierten tarde o temprano en torpes realidades; porque todos somos frustrados de alguna manera, y si triunfamos en algo fracasamos en otra cosa, por ser la frustración el inevitable destino de todo ser que ha nacido para morir; y porque todos estamos solos o terminamos solos algún día: los amantes sin el amado, el padre sin sus hijos o los hijos sin sus padres, y el revolucionario puro ante la triste materialización de aquellos ideales que años atrás defendió con su sufrimiento en medio de atroces torturas; y porque toda la vida es un perpetuo desencuentro, y alguien que encontramos en nuestro camino no lo queremos cuando él nos quiere, o lo queremos cuando ya él no nos quiere, o después de muerto, cuando nuestro amor es ya inútil; y porque nada de lo que fue vuelve a ser, y las cosas y los hombres y los niños no son lo que fueron un día, y nuestra casa de infancia ya no es más la que escondió nuestros tesoros y secretos, y el padre se muere sin habernos comunicado palabras tal vez fundamentales, y cuando lo entendemos ya no está más entre nosotros y no podemos curar sus antiguas tristezas y los viejos desencuentros; y porque el pueblo se ha transformado, y la escuela donde aprendimos a leer ya no tiene aquellas láminas que nos hacían soñar, y los circos han sido desplazados por la televisión, y no hay organitos, y la plaza de infancia es ridículamente pequeña cuando la volvemos a encontrar."


Ernesto Sábato, Viaje a Capitán Olmos, quizá el último, en Abaddón el exterminador.

18 agosto 2010

El libro


"Por fin, ella le quita el libro, con tal fiereza que deja en sus manos las tapas de pergamino. Y huye con él apretado contra el seno, rabiosa, hacia su cuarto.
Allí, frente al espejo, la presencia familiar de las alhajas groseras, de los botes de ungüento y de los peines de asta y de concha, la serena un poco, aunque no aplaca la fiebre de su desengaño. Comienza a peinarse el cabello rubio. El libro permanece abandonado entre las vasijas. Habla sola, haciendo muecas, apreciando la gracia de sus hoyuelos, de su perfil. Le enrostra al amante ausente su indiferencia, su desamor. Sus ojos verdes, que enturbian las lágrimas, se posan sobre el libro abandonado, y su cólera renace. Voltea las páginas, nerviosa. Al principio hay algunas en que las líneas no cubren el total del folio. Ignora que son versos. Quisiera saber qué dicen, qué encierran esas misteriosas letras enemigas, tan atrayentes que su seducción pudo más que los encantos de los cuales sólo goza el espejo impasible."


Manuel Mujica Lainez, El libro (1605), uno de los cuentos de Misteriosa Buenos Aires.

17 agosto 2010

Tan reciente

"El mundo era tan reciente, que muchas cosas carecían de nombre, y para mencionarlas había que señalarlas con el dedo."


Gabriel García Márquez, en Cien años de soledad.

16 agosto 2010

El ángel de lo estrambótico




"A esto se me ocurrió mirar directamente ante mi nariz, y allí, en efecto, frente a mí, junto a la mesa, estaba un personaje sin describir todavía, aunque no indescriptible. Su cuerpo era un tonel de vino, o una pipa de ron, o algo por el estilo, con un verdadero aspecto falstaffiano. A su extremo inferior estaban ajustados dos barrilitos que parecían responder al oficio de piernas. Como brazos, colgaban de la parte superior del armazón dos botellas notablemente largas, cuyos cuellos hacían las veces de manos. Todo lo que vi que el monstruo poseía en calidad de cabeza era de esas cantinas de Hesse que parecen grandes tabaqueras, con un orificio en medio de la tapa. Esta cantina (como un embudo en la parte superior a manera de chambergo de caballero echado sobre los ojos) estaba colocada al borde de la pipa, con el orificio hacia mí, y por aquel agujero que parecía fruncido como la boca de una vieja meticulosa, la criatura aquella emitía ciertos rumores sordos y refunfuñadores, que él consideraba, por lo visto, como un habla inteligible."

Edgar Allan Poe, El ángel de lo estrambótico.

15 agosto 2010

Also sprach

"Pero un lunes, sin aviso previo, Núñez llegó a La Pirotecnia con una valija, o tal vez era un baúl grandioso, descomunal, pasó por la portería a las diez y media, no marcó la tarjeta, no subió al guardarropa. Abrió la puerta vaivén de un puntapié y dijo:
-Buen día, miserables."


Abelardo Castillo, Also sprach el señor Núñez, genial cuento del libro Las otras puertas.

14 agosto 2010

La noche del 24


"Como buenos pobres que éramos, al comenzar la noche del 24 de diciembre con el Gordo partimos hacia nuestra aventura con el subte D que iba a Pacífico, tras caminar un poco por la Avenida de Mayo y llegar a la Plaza de Mayo. Llevábamos con nosotros seis botellas de vino, seis barras de Mantecol, tres turrones, un enorme pan dulce y un imperial ruso que tenía más calorías que Jorge Porcel, todo dividido en dos paquetes. Mirando el suyo, Osvaldo exclamó:
-Llevando esto me siento como la Fundación Evita."


Andrés Bufali, Con Soriano por la ruta de Chandler, genial libro de crónicas (y anécdotas) de los setenta.

13 agosto 2010

Un instante de felicidad


"Pero ya no me acuerdo de mi humillación, Nastenka; no he cubierto tu bella dicha con una triste nube. No he hecho nacer en tu alma el remordimiento. No he querido marchitar las tiernas flores que perfumaban tus cabellos el día en que te vi en la iglesia. No, nunca, nunca. Bendito sea tu paraíso; que tu querida sonrisa permanezca serena y que tú misma seas bendita por el instante de dicha y de amor que has dado al corazón solitario y para siempre a ti agradecido.
¡Dios mío! ¿Un instante de felicidad no basta a una vida humana?"


Fiódor Dostoievski, Noches blancas.

12 agosto 2010

Un hidalgo


"En un lugar de la Mancha, de cuyo nombre no quiero acordarme, no ha muco tiempo que vivía un hidalgo de los de lanza en astillero, adarga antigua, rocín flaco y galgo corredor. Una olla de algo más vaca que carnero, salpicón las más noches, duelos y quebrantos los sábados, lentejas los viernes, algún palomino de añadidura los domingos, consumían las tres partes de su hacienda."

Miguel de Cervantes, comienzo de Don Quijote de la Mancha.

10 agosto 2010

Victoria


"-¡Amigos míos -gritó el doctor, de pie entre sus dos compañeros, y quitándose el sombrero-, demos a nuestro navío aéreo un nombre que le traiga suerte! ¡Bauticémosle con el nombre de Victoria!
Resonó un hurra formidable:
-¡Viva la reina! ¡Viva Inglaterra!
En ese momento, la fuerza ascensional del aeróstato se acrecentó prodigiosamente. Fergusson, Kennedy y Joe dedicaron un último adiós a sus amigos.
-¡Soltad todo!- gritó el doctor.
Y el Victoria se elevó rápidamente en el aire, mientras los cuatro cañones del Resolute lanzaban salvas en su honor."

Jules Verne, Cinco semanas en globo.

Afuera...


"La vida agitada que llevan esas gentes que viven afuera, esa vida curiosa y absurda en que hay bailes y fiestas y alegría y frivolidad."


Ernesto Sábato, El túnel.

09 agosto 2010

El origen de los elementos


"Hemos de mencionar un subproducto importante de la nucleosíntesis estelar y de las supernovas. Ellas explican la abundancia cósmica observada de los elementos. [...] ¿De dónde vinieron el carbono, el oxígeno, el hierro y todos los otros elementos que observamos? La respuesta es que esos elementos se formaron mediante reacciones nucleares en las estrellas, y fueron dispersados después por toda la galaxia mediante explosiones de supernovas. [...] Nuestro Sol y el Sistema Solar se condensaron a partir de la materia que ya había sido enriquecida por los procesos nucleosintéticos de una generación anterior de estrellas."


Robert M. Wald, en su libro Espacio, Tiempo y Gravitación.

08 agosto 2010

Personajes rusos

"La última vez que vi a Gergiev, en Salzburgo, llevaba unos pelos largos y una barba de varios días; ahora, tiene los ralos cabellos bien cortados y se rasura, pero sigue siendo, a la hora de dirigir la orquesta, un poseído que va siempre más allá de la partitura, un ser conectado con las profundidades inquietantes del abismo humano, capaz de convertir un concierto o una ópera en una ceremonia genial y aterradora. Alguien que lo conoce me aseguró que el resto del día es una persona normalísima, a la que le gusta engullirse, en los dos restaurantes que posee en San Petersburgo unos salmones blancos de chuparse los dedos."

Mario Vargas Llosa, La casa de Dostoievski, nota publicada en La Nación.


La última vivienda del gran escritor, como museo en san petersburgoLa casa de Dostoievski
Mario Vargas Llosa
lanacion.com | Opinión | Sábado 3 de julio de 2010

07 agosto 2010

¡Agua va!


"Don Cagomelo Purga me recibió con extrema amabilidad. Su vivienda era un cuartito destartalado donde se amontonaban un camastro, una mesilla de noche sepultada bajo una pila de revistas amarillentas, una mesa, dos sillas, un armario sin puerta y un fogoncillo eléctrico en el que hervía una cacerola. Pregunté por el inodoro, por que precisaba orinar, y me señaló el ventanuco.
-Por deferencia a los viandantes -me dijo-, cuando vea que le va a salir, grite: ¡agua va! Y procure que las últimas gotas caigan fuera, porque el ácido úrico corroe las baldosas y no tengo yo edad de andar fregando a todas horas. Si la ventana le resulta alta, coja una silla. Yo antes meaba a pie firme, pero con los años me he ido encogiendo. Años atrás teníamos un bacín de loza muy cómico, con un ojo y esta leyenda: te veo. A mi llorada esposa, que en paz descanse, le daba mucha risa cada vez que lo usaba. Cuando Dios la llamó a su lado, insistí en que la enterrasen con el bacín. Era el único regalo que pude hacerle en treinta años de matrimonio y me habría parecido una infidelidad seguir usándolo en su ausencia. Con la ventana me arreglo. Para hacer mayores es un poco incómodo, claro, pero la práctica lo facilita todo, ¿no cree usted?"


Eduardo Mendoza, desopilante página de su novela El misterio de la cripta embrujada, ambientada en la Barcelona de los '70.

06 agosto 2010

De carne somos


"-¿A la lechuga? Excelente, señor. Pero no hay excepciones, cualquier clase de vegetales: lechugas, claro está, pero también espinacas, rabanitos, zanahorias. Todo es bueno para sensibilizar nuestras conciencias. Observe a los animales herbívoros, como el caballo o la vaca: son mansos por naturaleza.
-¿Los toros también, Profesor? Digo, por eso de las corridas.
-Por supuesto, también los toros. Sólo por esa clase de salvajismo un animal noble y pacífico puede ser llevado a esas atrocidades. Deberíamos avergonzarnos de que la raza humana pueda llegar a esos extremos de crueldad y de salvajismo. No son los toros los malos, créanme, sino los españoles que asisten y fomentan esos crímenes. Le repito, todos los animales herbívoros son pacíficos. Compare un caballo con un tigre o con un buitre. La carne pervierte los sentidos y hace agresivos a los seres que la consumen."


Ernesto Sábato, Exposición del Doctor Alberto J. Gandulfo, en Abaddón el exterminador.


Cataluña decidió prohibir las corridas de toros
Tras siete meses de intenso debate, el Parlamento aprobó un decreto de protección de estos animales; comenzará a regir a partir de 2012
lanacion.com | Exterior | Miércoles 28 de julio de 2010

Aforismo


"A la belleza no hay que pulirla, brilla sola."


Ariel, un empleado de Prosegur con el cual charlé un rato en el 3er subsuelo del Teatro Colón, mientras me preparaba un capuchino La Virginia...

05 agosto 2010

Trabajo o don divino...?

"No veo que haya relación entre dar un ciclo de conferencias sobre la literatura del próximo milenio y escribir novelas. Y yo escribo novelas. Y trabajo todos los días y lo mejor que puedo. Esto es un trabajo, no un don divino. No soy un artista. Tengo una obligación moral conmigo mismo y con la gente que me lee. Tengo que concentrarme en eso y no ir por ahí teorizando sobre literatura, que me importa un carajo."


Arturo Pérez Reverte, entrevistado en elcultural.es.

Concepto turístico


"En sus relatos de infancia, el escritor alemán Walter Benjamin sugiere que la mejor manera de conocer las ciudades es perderse en ellas, desencontrarse de sí mismo y entrar en relación azarosa con plazas, calles, edificios y, claro está, con la gente. Varios de mis viajes los hice así, desentendido de mi ubicación en el tiempo y los mapas, extraviado muchas veces por las rutas del mundo."

Guillermo Samperio, comienzo del relato La Gioconda en bicicleta, del libro homónimo.

04 agosto 2010

Las cuitas del joven Werther

El director de la filarmónica nos recibió con amabilidad.
-¿En qué puedo servirles?- preguntó.
-Nos debe cincuenta mil.
-Es posible, pero no acierto a saber por qué razón. ¿Podrían ustedes aclarármelo?
-En calidad de anticipo- le aclaré.
-Tal vez, es una práctica habitual. Pero anticipo, ¿a cuenta de qué?
-De nuestra actuación en la filarmónica.
-Sí, eso ya tiene cierto fundamento. Sin embargo, si no me falla la memoria, es la primera vez que nos vemos. ¿Acaso hemos firmado un contrato por correo?
-Aún no, pero podemos firmarlo ahora mismo.
-Indudablemente. Pero quisiera conocer a grandes rasgos su propuesta. ¿Ustedes forman un conjunto musical?
-De momento no, pero lo formaremos.
-¿Y más o menos con qué repertorio?
-Eso ya lo veremos cuando aprendamos a tocar.
-¿A tocar?
-Sí, a tocar instrumentos musicales, por supuesto.
La torpeza de ese individuo comenzaba a enervarme.
-¿Quiere decir que aún no saben?
-Aún o ya, ¿qué más da? El futuro de todas formas nos pertenece. ¿No ve que somos jóvenes?
-Oh, desde luego. Sin embargo, ¿puedo sugerirles algo? Primero aprendan a tocar, después toquen un poco y después nos vemos. El futuro sin duda les pertenece.
Y no nos dio el anticipo, el muy facha. Salimos de allí perjudicados socialmente. En el muro había un cartel que anunciaba la actuación de un tal Mozart.
-¿Quién es?- preguntó..., pero no me acuerdo cuál de nosotros, por que me falla la memoria, sobre todo antes del mediodía.
-Seguramente un viejo.
Dejamos de pensar en el arte y nos dedicamos a construir una bomba. Un día de estos la pondremos en la filarmónica. La lucha por la justicia es lo primero.


Slawomir Mrozek, Las cuitas del joven Werther, cuento ubicado en el libro El árbol.

Mas info sobre este original escritor polaco: http://es.wikipedia.org/wiki/Sławomir_Mrożek

El pionero

"En la más antigua historia, todo lo que es auténtico es además universal; y todo lo universal es anónimo. Pero siempre se halla algún hombre que fue el primero en tomarse el trabajo de reunir lo que ya existía y en disfrutar de la fama de haberlo creado."

Gilbert Keith Chesterton, en Esopo, ensayo perteneciente al libro Maestro de ceremonias.

03 agosto 2010

Ficción y Realidad


"-Hoy en día, no hacen falta cosas fantásticas que hayan pasado realmente -afirmó Crosby con tono desalentador-, son mejores las que inventan los escritores de ficción profesionales. Por ejemplo, mis vecinos me cuentan cosas fantásticas e increíbles que han hecho sus Aberdeen Terrier, sus Chow Chow y sus Borzoi, pero nunca los escucho. Sin embargo, leí tres veces El sabueso de los Baskerville."

Saki, en el cuento Los fabuladores.

La belleza en el arte


"Los que encuentran un significado ruin en las cosas bellas son corruptos sin ser seductores, lo cual es un defecto.
Los que encuentran un sentido bello en las cosas bellas son los espíritus cultivados. Para ellos todavía hay esperanza. Son los elegidos y para ellos, las cosas bellas sólo significan belleza.
No hay libros morales ni inmorales, sólo hay libros que están bien o mal escritos. Eso es todo. La repulsión del siglo XIX por el Realismo es la ira de Calibán al no descubrir su propia imagen reflejada en el espejo."

Oscar Wilde, en el Prefacio a El retrato de Dorian Gray.

02 agosto 2010

El interés por el ajeno vivir

"El interés por el ajeno vivir y el de que el propio sea un interés para los demás es reverencia y esperanza en la Vida, es tan gracioso e inteligente como pesado e insignificante el afán del varón por averiguar cuál es la última legua en que está situado el sol con respecto a algunos otros montones astronómicos o cuál es la célula cerebral que se preocupa de asustarse cuando la emoción del espanto nos embarga."

Macedonio Fernández, en Una novela que comienza.

01 agosto 2010

Acentos porteños


"El público fue llegando antes que los dignatarios; pero tal vez público no sea la palabra apropiada: se trataba, evidentemente, de invitados, de delegaciones, que en grupos iban cubriendo gradualmente la calzada. Estaban, todos, vestidos con estudiada sencillez y los rostros trasuntaban, en distintas entonaciones nacionales, una misma ironía, una misma distancia, ese tácito "estoy aquí y al mismo tiempo me miro estar aquí" que distingue a quienes, a falta de una palabra menos gastada, llamamos intelectuales.
Distintos idiomas llegaban a la ventana del primer piso desde donde yo, en short y con el torso desnudo, observaba ese espectáculo buscándole una clave, ignorado por el elenco siempre creciente que ya llenaba el improvisado escenario. De pronto creí escuchar acentos porteños: "...se va a poner verde de envidia cuando sepa que estuvimos", "que se embrome", y otras expresiones de competitividad y desdén que me eran familiares."

Edgardo Cozarinsky, pasaje del relato Las chicas de la rue de Lille, de los libros El pase del testigo, y Tres fronteras.

Es loco el pampero...


"El viento del sudoeste es loco. Viene galopando sobre la polvareda, y sus rebencazos relampaguean en el atardecer. Se ríe hasta las lágrimas; se mete en todas partes, con bufidos y chaparrones; tuerce los árboles y arroja puñados de hojas y de ramas; dispersa el ganado; sacude las casas aisladas en la llanura; golpea las puertas; echa a volar la ropa tendida; cruza la ciudad, donde se encabrita, mareando a las veletas y asustando a las campanas; y sigue adelante, hacia el río. Entonces parece que hubiera entrado en el agua un inmenso rodeo de toros."

Manuel Mujica Lainez, comienzo de El pastor del río, hermoso cuento ubicado en el libro Misteriosa Buenos Aires.