13 octubre 2014

La forma y la idea

Nela, amiga de mi corazón, ¿no sabes lo que mi padre me ha dicho anoche?...: que si recobro la vista me casaré con Florentina. La Nela no respondía nada. Sus lágrimas silenciosas corrían sin cesar, resbalando por su tostado rostro y goteando sobre sus manos. Pero ni aun por su amargo llanto podían conocerse las dimensiones de su dolor. Sólo ella sabía que era infinito.
    --Ya sé por qué lloras --dijo el ciego, estrechando las manos de su compañera--. Mi padre no se empeñará en imponerme lo que es contrario a mi voluntad. Para mi no hay más mujer que tú en el mundo. Cuando mis ojos vean, si ven, no habrá para ellos otra hermosura más que la tuya celestial; todo lo demás serán sombras y cosas lejanas que no fijarán mi atención. ¿Cómo es el semblante, Dios mío? ¿De qué modo se retrata el alma en las caras? Si la luz no sirve para enseñarnos lo real de nuestro pensamiento, ¿para qué sirve? Lo que es y lo que se siente, ¿no son una misma cosa? La forma y la idea, ¿no son como el calor y el fuego? ¿Pueden separarse? ¿Puedes dejar tú de ser para mí el más hermoso, el más amado de todos los seres de la Tierra, cuando yo me haga dueño de los dominios de la forma?

Benito Pérez Galdós, Marianela.
Barcelona, Altaya, 1994.

08 octubre 2014

El contrabajo

[…] no conozco a ningún colega que empezara a tocar el contrabajo voluntariamente. Y en cierto modo, no es de extrañar. Se trata de un instrumento muy poco manejable. En realidad, yo diría que el contrabajo es más un estorbo que un instrumento. No se puede acarrear, hay que arrastrarlo y, si se cae al suelo, se rompe. En el coche sólo cabe si se saca el asiento de la derecha, y entonces llena prácticamente el vehículo. En casa se lo encuentra uno por todas partes. Ocupa más sitio que… que un trasto inútil, ¿sabe? No es como un piano. Un piano es un mueble. Un piano se puede cerrar y dejar donde está. El contrabajo no. Está siempre en el medio como… Tuve un tío que siempre se encontraba enfermo y se quejaba de que nadie le hacía caso. 
Así es el contrabajo. Cuando vienen invitados, ocupa inmediatamente el primer término. Nadie habla de otra cosa que de él. Cuando uno quiere estar solo con una mujer, él lo presencia y lo vigila todo. Se intima con ella… y él observa. Siempre tiene uno la sensación de que se burla y ridiculiza el acto. Y esta sensación se transmite, como es natural, a la pareja, y entonces… ¡ya sabe usted lo cerca que están el amor físico y el ridículo y lo mal que se soporta este último! ¡Qué sordidez! Es imposible continuar. 


Patrick Süskind, El contrabajo.

06 octubre 2014

Obvio

Hacer filosofía es colocarse en un lugar de extrañamiento frente a todo lo que nos rodea, frente a todo lo que se nos presenta como obvio. Todos podemos desmarcarnos de lo cotidiano para ingresar en la penumbra del extrañamiento, que no es más que recuperar de alguna manera nuestra capacidad de asombro. El asombro y la obviedad están íntimamente ligados, ya que al desconfiar de las obviedades circundantes, todo se nos aparece entonces con una intensidad diferente. Todo se nos aparece en su diferencia y lo percibimos como si fuese la primera vez que lo conocemos. Recuperamos la mirada de principiante.
[...]
La palabra «obvio» puede entenderse, en latín, como la vía que se me despliega tan enfrente de mí que creo que es la única que existe y por eso la tomo. [...] Lo obvio no incluye la diferencia. La disuelve. Lo obvio no plantea alternativas. Las estigmatiza.
[…]
Hay claramente en todas las obviedades un elemento clave: lo obvio no se cuestiona.
[…]
La naturaleza de la filosofía, si la hay, tiene más que ver con descubrir la pregunta que con formular certezas.
[…]
Preguntar es un ejercicio de desmontaje de aquellas certezas que a lo largo de la historia se instalaron como capas de verdades imponiendo la tiranía de lo obvio. Y cada capa, y cada verdad, y cada certeza, siempre al servicio de otras capas, de otras verdades, de otras certezas, conformando una red que se cierra en sí misma y se impone sin dar lugar a la pregunta.


Darío Sztajnszrajber, ¿Para qué sirve la filosofía?