Nela, amiga de mi corazón, ¿no sabes lo que mi padre me ha dicho anoche?...: que si recobro la vista me casaré con Florentina. La Nela no respondía nada. Sus lágrimas silenciosas corrían sin cesar, resbalando por su tostado rostro y goteando sobre sus manos. Pero ni aun por su amargo llanto podían conocerse las dimensiones de su dolor. Sólo ella sabía que era infinito.
--Ya sé por qué lloras --dijo el ciego, estrechando las manos de su compañera--. Mi padre no se empeñará en imponerme lo que es contrario a mi voluntad. Para mi no hay más mujer que tú en el mundo. Cuando mis ojos vean, si ven, no habrá para ellos otra hermosura más que la tuya celestial; todo lo demás serán sombras y cosas lejanas que no fijarán mi atención. ¿Cómo es el semblante, Dios mío? ¿De qué modo se retrata el alma en las caras? Si la luz no sirve para enseñarnos lo real de nuestro pensamiento, ¿para qué sirve? Lo que es y lo que se siente, ¿no son una misma cosa? La forma y la idea, ¿no son como el calor y el fuego? ¿Pueden separarse? ¿Puedes dejar tú de ser para mí el más hermoso, el más amado de todos los seres de la Tierra, cuando yo me haga dueño de los dominios de la forma?
Benito Pérez Galdós, Marianela.
Barcelona, Altaya, 1994.