Efectivamente, la política no es en principio el ejercicio del poder y la lucha por el poder. Es ante todo la configuración de un espacio específico, la circunscripción de una esfera particular de experiencia, de objetos planteados como comunes y que responden a una decisión común, de sujetos considerados capaces de designar a esos objetos y de argumentar sobre ellos. He tratado en otro lugar de mostrar cómo la política era el conflicto mismo sobre la existencia de este espacio, sobre la designación de objetos que compartían algo común y de sujetos con una capacidad de lenguaje común.
El hombre, dice Aristóteles, es político porque posee el lenguaje que pone en común lo justo y lo injusto, mientras que el animal solo tiene el grito para expresar placer o sufrimiento. Toda la cuestión reside entonces en saber quien posee el lenguaje y quién solamente el grito. El rechazo a considerar a determinadas categorías de personas como individuos políticos ha tenido que ver siempre con la negativa a escuchar los sonidos que salían de sus bocas como algo inteligible. O bien con la constatación de su imposibilidad material para ocupar el espacio-tiempo de los asuntos políticos. Los artesanos, dice Platón, no tienen tiempo para estar en otro lugar más que en su trabajo. Ese "en otro lugar" en el que no pueden estar es, por supuesto, la asamblea del pueblo. La «falta de tiempo» es de hecho la prohibición natural, inscrita incluso en las formas de la experiencia sensible.
La política sobreviene cuando aquellos que «no tienen» tiempo se toman ese tiempo necesario para erigirse en habitantes de un espacio común y para demostrar que su boca emite perfectamente un lenguaje que habla de cosas comunes y no solamente un grito que denota sufrimiento.
[...]
La política consiste en reconfigurar la división de lo sensible, en introducir sujetos y objetos nuevos, en hacer visible aquello que no lo era, en escuchar como a seres dotados de la palabra a aquellos que no eran considerados más que como animales ruidosos. Este proceso de creación de disensos constituye una estética de la política que no tiene nada que ver con las formas de puesta en escena del poder y de la movilización de las masas designados por Walter Benjamin como «estatización de la política».
Jacques Rancière, Políticas estéticas.
07 noviembre 2017
Política
01 noviembre 2017
Se confundía el género con la élite
Que cada cual reflexione como quiera, con talde que reflexione: en la Europa de hoy, aturdida por los golpesque recibe, en Francia, en Bélgica, en Inglaterra, la menordistracción del pensamiento es una complicidad criminal conel colonialismo. Este libro no necesitaba un prefacio. Sobretodo, porque no se dirige a nosotros. Lo escribí, sin embargo,para llevar la dialéctica hasta sus últimas consecuencias:también a nosotros, los europeos, nos están descolonizando; esdecir, están extirpando en una sangrienta operación al colonoque vive en cada uno de nosotros. Debemos volver la miradahacia nosotros mismos, si tenemos el valor de hacerlo, paraver qué hay en nosotros. Primero hay que afrontar unespectáculo inesperado: el striptease de nuestro humanismo.Helo aquí desnudo y nada hermoso: no era sino una ideologíamentirosa, la exquisita justificación del pillaje; sus ternuras ysu preciosismo justificaban nuestras agresiones. ¡Qué bellopredicar la no violencia!: ¡Ni víctimas ni verdugos! ¡Vamos!Si no son ustedes víctimas, cuando el gobierno que hanaceptado en un plebiscito, cuando el ejército en que hanservido sus hermanos menores, sin vacilación niremordimiento, han emprendido un "genocidio",indudablemente son verdugos. Y si prefieren ser víctimas,arriesgarse a uno o dos días de cárcel, simplemente optan porretirar su carta del juego. No pueden retirarla: tiene quepermanecer allí hasta el final. Compréndanlo de una vez: si laviolencia acaba de empezar, si la explotación y la opresión nohan existido jamás sobre la Tierra, quizá la pregonada "noviolencia" podría poner fin a la querella. Pero si el régimentodo y hasta sus ideas sobre la no violencia estáncondicionados por una opresión milenaria, su pasividad nosirve sino para alinearlos del lado de los opresores.Ustedes saben bien que somos explotadores. Saben quenos apoderamos del oro y los metales y el petróleo de los"continentes nuevos" para traerlos a las viejas metrópolis. Nosin excelentes resultados: palacios, catedrales, capitalesindustriales; y cuando amenazaba la crisis, ahí estaban losmercados coloniales para amortiguarla o desviarla. Europa,cargada de riquezas, otorgó de jure la humanidad a todos sushabitantes: un hombre, entre nosotros, quiere decir uncómplice puesto que todos nos hemos beneficiado con laexplotación colonial. Ese continente gordo y lívido acaba porcaer en lo que Fanon llama justamente el "narcisismo".Cocteau se irritaba con París, "esa ciudad que habla todo eltiempo de sí misma". ¿Y qué otra cosa hace Europa? ¿Y esemonstruo supereuropeo, la América del Norte? Palabras:libertad, igualdad, fraternidad, amor, honor, patria. ¿Qué seyo? Esto no nos impedía pronunciar al mismo tiempo frasesracistas, cochino negro, cochino judío, cochino ratón. Losbuenos espíritus, liberales y tiernos —los neocolonialistas, enuna palabra— pretendían sentirse asqueados por esainconsecuencia; error o mala fe: nada más consecuente, entrenosotros, que un humanismo racista, puesto que el europeo noha podido hacerse hombre sino fabricando esclavos ymonstruos. Mientras existió la condición de indígena, laimpostura no se descubrió; se encontraba en el género humanouna abstracta formulación de universalidad que servía paraencubrir prácticas más realistas: había, del otro lado del mar,una raza de subhombres que, gracias a nosotros, en mil añosquizá, alcanzarían nuestra condición. En resumen, seconfundía el género con la élite. Actualmente el indígenarevela su verdad; de un golpe, nuestro club tan cerrado revelasu debilidad: no era ni más ni menos que una minoría. Lo quees peor: puesto que los otros se hacen hombres en contranuestra, se demuestra que somos los enemigos del génerohumano; la élite descubre su verdadera naturaleza: la de unapandilla. Nuestros caros valores pierden sus alas; si loscontemplamos de cerca, no encontraremos uno solo que noesté manchado de sangre. Si necesitan ustedes un ejemplo,recuerden las grandes frases: ¡cuan generosa es Francia!¿Generosos nosotros? ¿Y Setif? ¿Y esos ocho años de guerraferoz que han costado la vida a más de un millón de argelinos?Y la tortura. Pero comprendan que no se nos reprocha habertraicionado una misión: simplemente porque no teníamosninguna. Es la generosidad misma la que se pone en duda; esahermosa palabra cantarina no tiene más que un sentido:condición otorgada. Para los hombres de enfrente, nuevos yliberados, nadie tiene el poder ni el privilegio de dar nada anadie. Cada uno tiene todos los derechos.[…]No es bueno, compatriotas, ustedes que conocen todos los crímenescometidos en nuestro nombre, no es realmente bueno que nodigan a nadie una sola palabra, ni siquiera a su propia alma,por miedo a tener que juzgarse a sí mismos.Jean-Paul Sartre, prólogo a Frantz Fanon, Los condenados de la tierra.
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