20 diciembre 2011

Clases sociales



PADRE. -Vea. Antes las clases sociales eran dos. Aquí estaban los de arriba y aquí estaban los de abajo. Ahora no. Ahora todo está más entreverado. Ahora hay una escalera. (Ése es su argumento.) Eso es. Una escalera. Cada uno tiene un escalón. Unos están abajo de todo y otros arriba, pero hay un montón de escalones llenos de gente. Y todos luchan por subir y por no bajar, ¿comprende? Entonces no hay tiempo para otra cosa. El de abajo le hace cosquillas al de arriba, y el de arriba le tira patadas al de abajo. ¿Se da cuenta? De vez en cuando, alguno se escurre y sube; y otro pega un resbalón y cae. Pero ésas son excepciones.
TERE. - (Sin ninguna seguridad.) Claro...
PADRE. - (La mira, fríamente, enigmáticamente.) ¿Y le parece que eso está bien?
TERE. - Y...
PADRE. - Naturalmente. A usted todavía no le han hecho cosquillas.
TERE. - (Algo picada.) ¿Y a usted?
PADRE. - Yo ya no tengo.
TERE. - (Intenta salvar la situación.) ¡Qué gracioso!
PADRE. - (Continuando.) En mis tiempos, sacando algunos anarquistas y otros cuantos socialistas, todos vivían tranquilos. Los de arriba, contentos. Y los de abajo, bueno, los de abajo, al menos vivían resignados. Pero hoy en día... (Silbido de admiración.)
TERE. - (Aprovecha la oportunidad de opinar algo.) ¡Sí, si es terrible! Ya no se puede conseguir sirvienta...
PADRE. - (Frío y duro como el hielo.) No se puede conseguir sirvienta.
TERE. - (Agudo.) ¡No!
PADRE. - (Igual.) Qué barbaridad.
TERE. - (Igual.) ¡Una verdadera barbaridad!
PADRE. - Y usted... ¿Trabajaría de sirvienta?
TERE. - ¿Yo?... No sé por qué tendría que hacerlo.
PADRE. - Eso es lo que ellos también se han empezado a decir, ¿ve?



Carlos Gorostiza, El puente. Segundo movimiento del Primer Acto (fragmento).
Ed. Kapelusz. Buenos Aires,  1983.

25 noviembre 2011

El cumpleaños del reloj


Piensa en esto: cuando te regalan un reloj te regalan un pequeño infierno florido, una cadena de rosas, un calabozo de aire. No te dan solamente el reloj, que los cumplas muy felices y esperamos que te dure porque es de buena marca, suizo con áncora de rubíes; no te regalan solamente ese menudo picapedrero que te atarás a la muñeca y pasearás contigo. Te regalan -no lo saben, lo terrible es que no lo saben-, te regalan un nuevo pedazo frágil y precario de ti mismo, algo que es tuyo pero no es tu cuerpo, que hay que atar a tu cuerpo con su correa como un bracito desesperado colgándose de tu muñeca. Te regalan la necesidad de darle cuerda todos los días, la obligación de darle cuerda para que siga siendo un reloj; te regalan la obsesión de atender a la hora exacta en las vitrinas de las joyerías, en el anuncio por la radio, en el servicio telefónico. Te regalan el miedo de perderlo, de que te lo roben, de que se te caiga al suelo y se rompa. Te regalan su marca, y la seguridad de que es una marca mejor que las otras, te regalan la tendencia de comparar tu reloj con los demás relojes. No te regalan un reloj, tú eres el regalado, a ti te ofrecen para el cumpleaños del reloj.


Julio Cortázar, Preámbulo a las instrucciones para dar cuerda al reloj.
Historias de cronopios y de famas (1962)
Alfaguara. Buenos Aires, 2011.

19 noviembre 2011

El otro club



"[...] Entonces P. R. Deltoid hizo algo que yo jamás hubiese creído, un hombre que tenía como función convertirnos a los maluolos en chelovecos realmente joroschós, y sobre todo con los militsos alrededor. Se acercó un poco y escupió. Escupió. Me escupió en el litso, y después se limpió la rota húmeda y escupidora con el dorso de la ruca. Y yo me limpié y me limpié y me limpié el litso escupido con el tastuco ensangrentado, y le dije: -Gracias, señor, muchas gracias, señor, eso fue muy amable de su parte, señor, muchísimas gracias.- Y ahí P. R. Deltoid salió sin decir un slovo más.
Entonces los militsos se dedicaron a preparar una larga declaración que yo tendría que firmar; y yo pensé, infierno y basura, si ustedes bastardos están del lado del Bien, me alegro de pertenecer al otro club.[...]"


Anthony Burgess, La naranja mecánica (Cap. VII).
Ed. Minotauro, 2003.


* Glosario
- Maluolo: mal, malo
- Cheloveco: individuo
- Joroschó: bueno, bien
- Militso: policía
- Litso: cara
- Rota: boca
- Ruca: mano, brazo
- Tastuco: pañuelo
- Slovo: palabra

18 noviembre 2011

Cobra Woman



"No puedo ponerle fecha a aquella tarde. Sólo sé que fue en el cine Bijou, en Buenos Aires, que estaba en Pueyrredón a pocos metros de Córdoba.
En la pantalla María Montez ejecutaba movimientos crispados y sensuales (¿acaso histéricos y mecánicos?): una danza supuestamente sagrada durante la cual señalaba entre los fieles que la rodeaban a aquellos que sus esclavos harían morder inmediatamente por las cobras que acunaban en sus brazos. De pronto vi -recorte negro, brevísima imagen a contraluz sobre los colores brillantes de la película- una mano de mujer que descargaba violentamente el peso de una cartera sobre la cabeza de su vecino.
Hoy sé que ese film se llamaba Cobra Woman y no era en colores. La memoria pintarrajeó con el estridente technicolor de los años 40 el modesto negro y blanco de aquella confección de clase B que -me entero con cierta satisfacción morbosa- había escrito Richard Brooks, guionista y director de films "con conciencia social", y dirigido Robert Siodmak, refugiado del Tercer Reich.
Pero la reacción violenta de aquella mujer sin rostro ante el avance (¿tímido y gradual?, ¿demasiado impetuoso?) de su vecino ha quedado indeleble, menos en la memoria que en la imaginación del niño que la vio fugazmente superpuesta a las contorsiones mortíferas de una monarca apócrifa."


Edgardo Cozarinsky, El refugio de Eros, en Palacios plebeyos (pp. 61-62)
Ed. Sudamericana. Buenos Aires, 2006.

08 noviembre 2011

Sensaciones


"Congestionados, cara roja y caliente; pupilas dilatadas. Pulsación violenta en cerebro y carótidas. Violentas punzadas y lanzazos. Cefalea como sacudidas. A cada paso sacudida hacia abajo como si hubiera un peso en el occipital. Cuchilladas y punzadas. Dolor de estallido; como si se empujara el cerebro; peor agachándose, como si el cerebro cayera hacia afuera, como si fuera empujado hacia adelante, o los ojos estuvieran por salirse. (Como esto, como aquello; pero nunca como es de veras). Peor con los ruidos, sacudidas, movimiento, luz. Y de pronto cesa, la sombra y la frescura se la lleva en un instante, nos deja una maravillada gratitud, un deseo de correr y sacudir la cabeza, asombrarse de que un minuto antes..."


Julio Cortázar, Cefalea.
Bestiario (1951)
Alfaguara. Buenos aires, 2011.

18 octubre 2011

El mas grande de los hombres


"[...] La renga, pues, era uno de esos seres: una verdadera santa. Jamás había conocido yo una criatura tan digna de amor. Y para cautivarme más, tenía un alma de artista. Ella me hizo sentir y comprender a Beethoven. El misántropo genial se me reveló entonces en toda su grandeza.
-Yo no sé -insinuó Flores- si tú comprendes a Beethoven...
Le confesé, francamente, que Verdi me gustaba mil veces más. Ante tamaña declaración, mi amigo guardó silencio y enarcó las cejas, con un gesto de conmiseración infinita.
Entonces -siguió- desconoces las más sublimes emociones de que sea capaz el alma del hombre. La música de Beethoven es lo más estupendo que haya producido la mente humana.
Lo mismo dice un amigo mío de la de Wagner.
Es una herejía. El mismo Wagner reconoció la superioridad de Beethoven. Dice en una de sus obras que el arte y el carácter de Beethoven son los únicos que no logró profundizar; que pasarán siglos antes de que se consiga conocer a fondo lo inmenso de esa obra. Le llama "mago divino, que creó mundos de la nada".
Y con un ensañamiento de erudición que sólo en provincias se concibe, continuó Flores, tomando un libro de un estante:
Oye lo que acerca de Beethoven dice Teodoro de Wizewa:
"Cuando en horas de ensueño trato de imaginarme cuál fue el mas grande de los hombres, es siempre la soberana imagen de Beethoven la que se presenta ante mí, bañada por esa luz sobrenatural que flota alrededor de los ángeles y de los santos en los viejos cuadros alemanes... ¡Todo lo ha comprendido, todo lo ha sentido!"
Jorge -musité con voz débil- esta bien, está bien; me doy por vencido. Tenéis razón tú y el señor que dice eso.
Quería, simplemente, darte una idea de la grandeza de Beethoven. Pues bien, esta grandeza la abarqué en su plenitud oyendo a la renga interpretar durante horas y horas las sonatas inmortales. Hermanos en la desgracia, entre su alma y el alma del músico existía una identificación absoluta. Y así fue nuestro idilio; nosotros no nos dijimos nada; casi todo lo dijo Beethoven...
Hombre, es una solución para mí, que soy tan poco elocuente con las mujeres. [...]"



Enrique Méndez Calzada, Una pobrecita renga, en Y volvió Jesús a Buenos Aires (1926).
Librería Histórica. Buenos Aires, 2003.

01 octubre 2011

Lohengrín



"Cuando concebí y escribí el segundo acto, no escapó a mi perspicacia cuán importante sería, para la propia disposición de ánimo de los espectadores, demostrar que la alegría de Elsa ante las últimas palabras de Lohengrín no es en realidad total y sincera; el público debe sentir que Elsa, desesperada, trata de vencer sus dudas, y, en efecto, llegamos a temer que entregada a su cavilación sobre el origen y el nombre de Lohengrín, sucumbirá por fin, acabando fatalmente por hacer la pregunta vedada. En el trance de provocar este sentimiento general de temor, reside única y exclusivamente la necesidad de un tercer acto, en el cual se aclare la causa de ese temor. Sin él la ópera terminaría en el segundo acto, por que el problema principal no sólo ha sido discutido, sino satisfactoriamente resuelto."


Richard Wagner, carta a Liszt (1850)

J. C. Hadden, Vida y música de Wagner (pp. 92-93)
Editorial Semca, Buenos Aires, 1946.

17 agosto 2011

Los otros

"[...] Lo mismo que otras almas perdidas y absurdas, Fred sentía el impulso de ayudar a la gente, de suministrarle psicoterapia..., aunque de ese modo la destruyese. Y probablemente él era quien más la necesitaba. Cuidado, me dije, o dentro de poco querrás ayudar de ese modo a Fred. Archer, echa una ojeada a tu propia vida.
Pero preferí no hacerlo. Mi tema preferido de estudio eran los otros hombres -perseguidos en sus cuartos alquilados, hombres que envejecían y se aferraban a su virilidad antes de que cayese la noche, y se sintiesen súbitamente ancianos-. Si uno es el terapeuta, no necesita terapia, ¿verdad? Si uno es el cazador, no pueden cazarlo. ¿O sí?"



Ross MacDonald, en El martillo azul.
Ed. Sol 90, 2004.

19 julio 2011

Poema a la Clase Media
Daniel Cézare

Clase media
medio rica
medio culta
entre lo que cree ser y lo que es
media una distancia medio grande

Desde el medio
mira medio mal
a los negritos
a los ricos
a los sabios
a los locos
a los pobres

Si escucha a un Hitler
medio le gusta
y si habla un Che
medio también

En el medio de la nada
medio duda
como todo le atrae
(a medias)
analiza hasta la mitad
todos los hechos
y (medio confundida)
sale a la calle con media cacerola
entonces medio llega a importar
a los que mandan
(medio en las sombras)
a veces, solo a veces, se dá cuenta
(medio tarde)
que la usaron de peón
en un ajedrez que no comprende
y que nunca la convierte en Reina

Así, medio rabiosa
se lamenta
(a medias)
de ser el medio del que comen otros
a quienes no alcanza
a entender
ni medio

04 julio 2011

Hombre y máquina

Saint-Exupéry describió esa hermosa sensación del piloto que está entrañablemente unido a su máquina, a su dócil criatura mecánica, a su hijo o hermano de acero y electricidad. Por que esos sueños de poderío, que según Freud nos hacen volar en las alturas, se realizan ahora de verdad en estos grandes pájaros que añoró Leonardo y que el hombre del siglo XX pudo por fin construir y manejar.
[...] mientras la máquina está a nuestro servicio, mientras está a nuestra escala y podemos revisar sus entrañas, montar y desmontar sus piezas, conocer sus secretos y participar de sus angustias y fallas, mientras podemos ayudarla a vivir, a ahorrarle calentamientos y fricciones, mientras podemos evitar sus sufrimientos de monstruo desvalido por sí mismo, mientras nos sentimos padre y madre de ella, hermano de sangre y hueso, hermano mayor, más comprensivo y más capaz, mientras todo eso sucede, la máquina no es jamás nuestro enemigo sino nuestra prolongación querida y a veces admirada, como son admiradas las hazañas de nuestros hijos o hermanos menores. Y ese sentimiento es más fuerte en los que se juegan la vida con su máquina, en los que tienen que confiar y confían en la fidelidad fraternal de su motor, en los aviadores. Por que así como en el peligro se forma entre los hombres esa hermandad del miedo, esa fraternidad de la pobreza de la condición humana, así también, y tal vez con mayor ternura, se forma y se fortalece entre el hombre y su máquina, hasta formar un solo cuerpo y espíritu, como únicamente puede acontecer entre los amantes.



Ernesto Sabato, en Hombres y engranajes (pp. 135-136)
Seix Barral. Buenos Aires, 2006.