14 mayo 2012

El enigma psicológico



-Está en nuestro corazón -replicó Curval-. Una vez que el hombre se ha degradado, se ha envilecido por los excesos, hace que su espíritu adopte una especie de inclinación viciosa de la que ya nada puede apartarlo. En cualquier otro caso, la vergüenza serviría de contrapeso a los vicios a los que su espíritu le aconsejaría entregarse; pero en éste ya no es posible: es el primer sentimiento que ha hecho fenecer, es el primero que ha expulsado lejos de sí; y del estado en que se encuentra, de no sonrojarse, al de amar todo lo que lo haría sonrojarse, no hay más que un paso. Todo lo que le afectaba desagradablemente, al encontrar un alma preparada de diferente forma, se metamorfosea en placer y, a partir de ese momento, todo lo que recuerde el nuevo estado que se adopta sólo puede ser voluptuoso.
-Pero ¡cuánto camino hay que haber recorrido en el vicio para llegar ahí! -dijo el obispo.
-De acuerdo -asintió Curval-; pero es un camino de flores que va recorriéndose casi sin darse cuenta; como un vicio lleva al otro, nuestra insaciable imaginación no tarda en llevarnos hasta el último escalón... Pero en la carrera se va encalleciendo el corazón, y al llegar a la meta, si antes había valorado alguna virtud, ya no admite ninguna. Va acostumbrándose a cosas cada vez más intensas, aleja de sí las primeras suaves impresiones, aquéllas que hasta entonces lo excitaban; y como entiende perfectamente que la infamia y la deshonra serán a partir de entonces las consecuencias de sus acciones, se prepara para no temerles; y basta con que las haya saboreado para amarlas. A partir de allí ya no se detiene.
-Así que esto es lo que hace tan difícil la corrección -dijo el obispo.
-Mejor digamos imposible, amigo mío, ¿y cómo los castigos infligidos al que quieres corregir conseguirían convertirlo, si, a excepción de unas pocas privaciones, el estado de envilecimiento que caracteriza a aquél en que lo sitúas al castigarlo, le gusta, lo divierte, lo deleita, y disfruta interiormente por haber ido tan lejos como para merecer ser tratado de esta manera?
-¡Oh! ¡Qué enigma es el hombre! -exclamó el duque.
-Sí, amigo mío -respondió Curval-. Y esto es lo que llevó a decir a un hombre muy inteligente que era mejor embromarlo que comprenderlo.


Marqués de Sade, Las 120 jornadas de Sodoma.
Gradifco. Buenos Aires, 2009.

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