07 julio 2014

La moral cristiana

El cristianismo fue, desde su origen, esencial y básicamente, asco y disgusto frente a la vida, que no hacen más que disimularse y ocultarse bajo la máscara de la fe en "otra" vida, en "una vida mejor". El odio al "mundo", el anatema de las pasiones, el miedo a la belleza y a la voluptuosidad, un más allá futuro inventado para denigrar mejor el presente, un deseo de aniquilación, de muerte, de reposo, hasta llegar al "sábado de los sábados": todo esto, así como la voluntad absoluta del cristianismo de tener en cuenta sólo valores morales, me pareció siempre la forma más peligrosa, más siniestra, de una "voluntad de aniquilamiento", por lo menos un signo de laxitud morbosa, de profundo abatimiento, de agotamiento, de empobrecimiento de la vida, pues, en nombre de la moral (en particular, de la moral cristiana, es decir, absoluta), debemos siempre e ineludiblemente condenar la vida, porque la vida es algo esencialmente inmoral; debemos, en fin, ahogar la vida bajo el peso del menosprecio y de la eterna negación, como indigna de ser deseada y como lo no válido en sí. La moral misma, ¿no sería una "voluntad de negación de la vida", un secreto instinto de aniquilamiento, un principio de ruina, de decadencia, de calumnia, un comienzo de un fin, y, por consiguiente, el peligro de los peligros?...


Friedrich Nietzsche, Ensayo de autocrítica (1886), en El origen de la tragedia.
Buenos Aires, Terramar, 2010.

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