26 septiembre 2017

La tierra

El conquistador, que impuso esa norma de odio, codiciando aquí lo que había despreciado allá, se proclamó señor de la tierra, del hombre y de las cosas, a pesar de que no llegó a poseerlos ni a estimarlos más que como riqueza portátil. Porque el ansia de sumar extensión era justamente lo opuesto que se pueda imaginar al deseo de quedarse. La captura del ganado, el acopio de los productos, exigía otros métodos que la extracción del oro en las minas. Puesto que el indio los poseía, los rodeos y manadas eran tesoros y, arrebatárselos, una empresa de mayor mérito que cuidarlos y criarlos.  
En el campo, rodeando ganado, combatiendo al indígena, se forma un consorcio involuntario con ellos, se termina operando en función de ellos. En esta tierra el señor quedó abortado en el ganadero; no hubo en adelante señores, sino hombres ricos, y toda la tierra valdría por el animal. Así el medio físico triunfó de la ambición y la obligó a conformarse con lo que él quiso: cereal y ganado. Y aun le impuso terribles condiciones: el espíritu errátil, el afán de acumular, la vergüenza de la pobreza, la disolución del hogar, la imposibilidad de la cultura basada en el simple respeto y la vaciedad del amor.  
Significaba al mismo tiempo la victoria de la tierra vencida, en la vindicta de los hijos naturales encarnando la realidad preterida sobre el hombre triunfante. Fue la primera de las luchas victoriosas de América, del desierto, y el primer paso en la decadencia del hombre humillado bajo la apariencia del triunfo, en los preliminares encuentros con ella. Se daban la carne, el maíz y el trigo: el alimento, es decir, lo que apenas significaba algo en la vida civilizada; se obligaba al hijo de Europa y del siglo XVI en adelante, a someterse a la industria del primitivo; se le hacía retrogradar a la caverna para que pagara con el envilecimiento la fortuna. Los más dóciles a la deformación prevalecían; los que más se sometieron tenían razón. Vinieron a ser máquina, herramienta del ganado y del cereal; se convirtieron en pastores y en matarifes que iban a proveer de sustento al europeo, del que se habían apartado millas de siglos.  
A la conquista del territorio para la Corona siguió el otro absurdo de la conquista del alimento para el ausente y, al fin, este otro que es el tercer aspecto, el actual, igualmente lógico: la conquista de la riqueza para el capital extranjero en el ferrocarril, el frigorífico y el trust cerealista. Fueron términos en que se planteó la lucha y que decidiría la suerte de estas comarcas para muchos años; una pugna estupenda como quizá no hay otra en la historia: la tierra que conquista al conquistador, lo vence y lo obliga a que se convierta en servidor de todo aquello que le repugna profundamente. 



Ezequiel Martinez Estrada, Radiografía de La Pampa. Interzona, Buenos Aires, 2017.

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