06 agosto 2014

Un suplemento obligatorio

[...] si bien es verdad que la primera consecuencia del movimiento socrático fue una descomposición de la tragedia dionisíaca, una experiencia significativa de la vida de Sócrates nos obliga a preguntarnos si necesariamente hay entre el socratismo y el arte una antinomia irreductible y si la idea de un Sócrates "artista" es algo absolutamente contradictorio en sí.
  En efecto, aquel lógico despótico tuvo, de cuando en cuando, el sentimiento de una omisión, de una laguna, de un pesar, de un deber quizá incumplido. Contaba a sus amigos, en su prisión, que se le aparecía a veces en su sueño una sombra, siempre la misma, y que le repetía todos los días las mismas palabras: "¡Sócrates, ejercítate en la música!". Hasta sus últimos momentos se había tranquilizado con la idea de que la filosofía es el arte supremo que nos han legado las musas, y no podía imaginarse que una divinidad hubiese venido a recordarle que ejercite la "música común, popular". Por último, en su prisión, para aliviar completamente su conciencia, se decidió a ocuparse de esta música que tan poco estimaba. Y en esta situación de ánimo compuso un himno a Apolo y puso en verso algunas fábulas de Esopo. Lo que lo impulsó a estos ejercicios fue algo análogo a la voz de su daimón familiar, fue su intuición apolínea de que se encontraba como un rey bárbaro, ignorante, ante una imagen noble y divina, y que corría el riesgo de ofender a una divinidad con su ignorancia. Estos sueños de Sócrates y esta aparición son el único indicio de una duda, de una preocupación sobre los límites de la naturaleza lógica; quizá, se debió decir a sí mismo, lo que no es comprensible para mí no es necesariamente lo incomprensible. Quizá haya una región de la sabiduría de la cual está desterrado el lógico. Quizá sea el arte un correlato, un suplemento obligatorio de la ciencia.


Friedrich Nietzsche, El origen de la tragedia.
Buenos Aires, Terramar, 2010.

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